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A esa defensa que María Álvarez de las Asturias y yo nos traemos de la indisolubilidad del matrimonio, se nos van sumando refuerzos. El matizado de Fabrice Hadjadj, el entusiasta de Julio Llorente. Acaba de llegar uno que, por la editorial y por la biografía de la autora, seguro que merece muchísimo la pena:
Viene oportunísimamente. En plena ofensiva. Hace unos días caí en la cuenta de que la maravillosa novela Laurus puede y debe leerse como la más vigorosa defensa del matrimonio más allá de la muerte. Véase:
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No era capaz de distinguir a Ustina de su amor por ella.
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[Tras la muerte de Ustina le dice un monje:] «Tienes por delante un camino difícil, porque la historia de tu amor no ha hecho más que comenzar».
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Acostúmbrate a la separación, dijo la Muerte, que, aunque es temporal, es dolorosa.
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No me quites la memoria, en la cual está depositada la esperanza de Ustina.
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Tengo fe en que con mi amor puedo salvarla aunque sea después de la muerte.
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E lo poco bueno que fice, apúntaselo a ella.
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También está don José Jiménez Lozano, que tituló su poema «Lauda», como es lógico: «Amó a Claudia hasta la muerte,/ usque ad mortem,/ se leía en el cipo funerario;/ y Claudio escribió luego:/ et plus ultra./ Crecieron rosas blancas». Aunque mi canto preferido es el soneto de Rafael Sánchez Mazas donde reivindica que el cuerpo alcanzará su plenitud justamente cuando la resurrección. Mientras tanto, es un adelanto apenas: