Me invita a comer mi suegra y, no contenta con eso, pone la mesa con primor y, más aún, unos platitos para el pan que ha hecho de barro con unas hojas de geranio y luego ha pintado con cuidado. Me encantan y los alabo allí y presumo en Twitter. Me permito un desplante torero: «Mirad si son bonitos que hasta siendo de mi suegra me encantan…»
Pero se me aparece el fantasma de la poesía de Fortuny (Málaga, 1958) para volverme a la realidad. Me susurra al oído estos versos de «Agradecimientos» un poema de acción o exaltación de gracias que publicó en Cielo rasante (Pre-Textos, 1992):
[…]
y porque del abismo de soledad oscura,
donde vagué perdido, allá en la noche negra
nació este Sol hermoso, que me elevó a su altura,
por la gracia impagable de parir la hermosura
bendita sea mi suegra.
Ya lanzado Fortuny sigue en su entusiasmo conyugal y yo con él, de su mano, y con los platitos del pan:
y puesto que no hallé criatura más hermosa
que tú, por los senderos de mi vida perdida,
por este místico éxtasis de amor con una diosa,
porque hasta ahora has sido lo mejor de mi vida,
bendita seas, Esposa.
[…]
