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Lo que más ha impresionado a mi hija Carmen de Valencia ha sido el arte contempáraneo. No es, ni de lejos, lo que más le ha gustado; pero está absolutamente fascinada por la retórica que acompaña a unas obras que, exentas, dejan mucho que desear. Yo le expliqué que sir Roger Scruton ya decía que la arquitectura contemporánea necesita cartelitos explicativos informándonos si estamos ante una iglesia o una cárcel de alta seguridad, un ayuntamiento o un polideportivo, etc. Sí, sí, pero en el arte moderno es que lo que vale dinero —dice ella— es la explicación. Miraba a la guía y luego al cuadro y luego a la guía con los grandes ojos abiertos cada vez más asombrados. Luego se ha pasado el viaje explicándonos cómo explicaría ella los cuadros que pintaba sobre la marcha.
Lo que más me llamó la atención fue la relación que Carmen vio clarísima entre el victimismo y el arte contemporáneo. Me regaló este aforismo: «Uno de los principales materiales del arte contemporáneo es el victimismo». (Por cierto que el del abrefácil es de Quique, y también valenciano). La visita al Centro de la Fundación Hortensia Herrero merece la pena (y el palacio Valeriola es precioso), pero nosotros, en casa, le hemos sacado petróleo.
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También es cierto que la niña venía preparada. Viendo la Lonja de la Seda, el Real Colegio Seminario del Corpus Christi o la iglesia de san Nicolás, no repetía más que: «¿Por qué ya no se hacen cosas así?». Gracias a la Fundación Hortensia Herrero entendió que ahora hacemos otras cosas.
