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Anteayer cenamos siete letraheridos en Madrid. La Gran Peña es impresionante, pero más me impresionó un cocktail casi explosivo: enorme respeto personal a los escritores de los que hablábamos, pero una exigencia altísima, sin que una cosa contaminase a la otra. Tenía el vago recuerdo de que eso lo había visto descrito antes, hasta que un poco tarde recordé quién y dónde: Logan Pearsall Smith, en sus Aforismos a destiempo, precisamente: «Corazones delicados y amables y lenguas que ni una cosa ni la otra: ésa es la compañía más entretenida del mundo». Y ya con L. P. Smith invitado al coloquio en mi memoria, vi qué oportuna era esta observación: «Nada es perfecto en este mundo; y a pesar del ruido que hacen y de sus cuentas corrientes, la complacencia de nuestros pletóricos autores no deja de inquietarse en ciertos momentos, me dicen, sabiendo que hay un grupito, a la vuelta de la esquina, de gente sin importancia, que no se deja impresionar, que se burla, que desprecia». Éramos ese grupito.
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Mi autoexigencia crecía inevitablemente con el ambiente, claro. Estoy deseando sumarme a la fiesta del suplemento Ideas que dirige ahora Hughes y que es una fiesta. Había acariciado la idea de hacer una reivindicación de don Diego de Saavedra Fajardo. Los conservadores españoles tendríamos que sacar a Maquiavelo de nuestras estanterías a patadas y levantar un altar político al insigne español que nos lo vuelve innecesario. Pero uno de nuestros letraheridos, Ramón de Meer, se ha marcado una tesis sobre Saavedra de mil y pico páginas. Cuando contrasté mis ideas, superficiales, las matizó y las desbarató a la vez. Eso me encantó, porque aprender es un placer tomista y también porque me evitaba hacer el tonto; pero me entristeció, porque yo estoy ansioso de sumarme a Ideas.
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Otra rabia. Javier Rubio Hípola me preguntó por poetas contemporáneos de interés. Y yo, entre Smith y Saavedra, no caí más que en los más obvios. Se me olvidó recomendarle a uno que siempre es una sorpresa: Julio Rodríguez, que tiene esta proclama: «No se entreguen, poetas,/ no caigan en el tedio, no renuncien,/ no bajen la cabeza» que parece escrita para mí. Tiene muchos poemas de amor conyugal excelentes: «[…] Yo solo soy aquel que ves pasar,/ aquel que pasa y, pronto,/ habrá pasado, sí, pero contigo».
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Ved, por ejemplo, este poema perfecto para mi soñada antología El vino bueno:
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AMOR A VELA Y REMO
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Te quiero con coraje, deliberadamente,
con pulso y sin querella,
con el poder sensato que da el experimento
(pues te quiero tras varias tentativas).
Sí, te quiero a pesar de los prudentes
presagios de los libros,
pese a la línea parva de mi palma obstinada,
pese a la lentitud de la conveniencia,
pero al fulgor fibroso de las adolescentes,
pese a todos y a todo
con demencia te quiero, y sin remedio.
[Naranjas cada vez que te levantas, Visor, 2008]
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Cada mochuelo se fue a su olivo a la hora en la que se retiran los mochuelos, prácticamente.