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Cité de memoria a Jorge Manrique, pero en el último momento me he ido a su edición de canónica de Vicenç Beltrán. Había diferencias. Aquí mi memoria:
–
¡Qué amigo de sus amigos!,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡qué enemigo de enemigos!,
¡qué maestre de esforzados
y valientes!,
¡qué seso para discretos!,
¡qué gracia para donosos!,
¡qué razón!,
¡cuán benigno a los sujetos!,
y a los bravos y dañosos,
¡qué león!
–
Y aquí está la versión corregida:
–
Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!,
¡Qué enemigo de enemigos!,
¡Qué maestre de esforçados
y valientes!,
¡Qué seso para discretos!,
¡Qué gracia para donosos!,
¡Qué razón!
¡Que benigno a los sujetos!,
y a los bravos y dañosos,
¡un león!
–
He quedado muy impresionado. Tiene muchísima fuerza el «amigo de sus amigos» sin ponderación ni signos de exclamación. En bellísima paradoja. Que cada verso sea una frase, le da más potencia aun. Y, por último, el léon. Al decir «un león», desliteraturiza la imagen y, por otro lado, separa la fiereza admirable del meollo de carácter de maestre. No sólo es que rompa la monotonía sintáctica, sino que eleva la expresión y la verdad humana. Como la poesía se juega en la grandeza de los pequeños detalles, hay que fijarse. Aunque lo consideraba imposible, mi admiración a Manrique crece a cada lectura.