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Lo he dicho varias veces, pero un lector el otro día lo recordó y me gustó más. Tengo la sensación de ser el guardia de tráfico de mis propias ideas: ésta para artículo; ésta, haiku; ésta, aforismo; ésta, entrada de aforismo. Generalmente la lectura de un libro va para el barbero, pero el libro de poemas de Víctor Herrero, La balanza (en Canto y cuento) tiene una voz tan íntima que se me ha hecho biografía. Lo leí en un día malo en el que fue casi lo mejor que ocurrió. Así que se viene, por derecho propio, al diario.
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Es un libro de poesía pura, que recoge solamente lo que «solamente puede ser dicho en el poema». Y que tanta falta nos hace. Me gusta mucho ver cómo transfigura en poesía su vocación de filólogo. En hebreo, piel y luz suenan de la misma forma. Orilla del mar y risa se dicen igual en griego. En sánscrito existe un término para expresar el placer de ver volar las aves. Y sabe que sadness, del inglés, viene de satis, en latín. Por lo que nunca hay que estar saciado de nada. En griego clásico existe la palabra filódrosos, que significa amante del rocío.
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También ha convertido en poesía el amor por su madre, el dolor, la mirada sobre el mundo, el amor a Dios; pero yo hoy me quedo con su amor por las palabras.
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