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Una antología que es toda una declaración de amor a la naturaleza

«La poesía tiene un valor extra cuando la sociedad está a punto de perecer». A veces, la memoria juega también su papel y esta vez me trajo esta frase del poeta Adam Zagajewski desde una entrevista de Alfonso Armada. Dicen que no hablan las plantas, obra de Raquel Lanseros y Fernando Marías puede ser uno de los libros del año por la originalidad a la hora de compilar los 52 poemas, de todos los tiempos y autores,  que lo componen. Y ya se lo confirmo yo, es un libro extraordinario. Si a esta belleza a través de la palabra sobre el paso del tiempo, el tiempo que se escapa, el amor, el desamor, la vida y la muerte, le añadimos la cuidadosa y delicada obra ilustrada desde los lápices de Raquel Lagartos, el ejemplar mejora a grandes dimensiones las expectativas que una se había hecho inicialmente. Llegamos más lejos con la integridad de estos versos como para no claudicar ante la inmundicia ambiental. Es tan sencillo que ilumina sin deslumbrar. Para el buen lector será su compañero de viaje. Su brújula. Su lumbre. Su sentido común. El buen rayo que no cesa. Puedo decir que con muchos de estos poemas aprendí a leer a los mejores. Digamos que es parte de mi educación sentimental. 

Hemingway decía que la novela se ganaba por puntos y la poesía por KO así que este es un libro para los que huyen de aquellos que nos han traído hasta este presente oscuro. Para aquellos que huyen de la mala literatura. Y para aquellos que huyen de la certeza absoluta. Porque la poesía, por mucho que dijera el poeta “es un arma cargada de futuro”, olvídenlo, es más un presente cargado de pasado. Es una base firme, como dice Antonio Lucas, “una poesía tiene que tener una buena toma de tierra, como las lavadoras”. Ahora echo de menos haber aprendido botánica como Dickinson ayudando a su madre en el jardín y ya que me puedo olvidar de visitar la casa Chanel, en Grasse, para hacer el recorrido de elaboración del mítico perfume comenzando por la recogida de jazmín, me aplico unos versos.

    Dicen que no hablan las plantas,

ni las fuentes, ni los pájaros,

   Ni el onda con sus rumores, ni con

su brillo los astros,

   Lo dicen, pero no es cierto, pues

siempre cuando yo paso,

  De mí murmuran y exclaman:

-Ahí va la loca soñando

52 poemas para cada semana del año

¡¿Quién osa seguir afirmando, después de estos versos de Rosalía de Castro, que no hablan!? En estos días de vino y rosas que malvivimos, pasen y lean y no olviden respirar profundamente.

Esta obra de Raquel Lanseros y Fernando Marías es una declaración de amor a la naturaleza  compuesta por 52 poemas, escritos en diferentes siglos y territorios. El número 52 es importante ya que se trata de un poema para cada semana del año y ordenados a través de las cuatro estaciones del año: primavera, verano, otoño e invierno, por lo cual, el libro que recoge, como digo, autores de ambos lados del océano de todas las épocas y voces de España y de Latinoamérica… recorre la naturaleza en una especie de hilo narrativo de luz que perdura a través de los siglos.

Merecen un aplauso los compiladores porque la selección no ha debido ser fácil. Una de las cosas más bonitas que se observa es que, a pesar de la diferencia de siglos, de estilos, de países, de fronteras… parece que seguimos creyendo siempre en las cosas más esenciales, atentos a lo esencial y a los mismos sentimientos: “La poesía nos habla. Y nos contiene y nos concierne y nos relata. La poesía interpreta lo humano. La poesía nos busca y nos refleja. La palabra vive. No mueren los poetas”. Este libro viene a demostrarlo. Sorprende y emociona leer cómo todas esas voces, surgidas desde distintos tiempos y lugares, trazan, sin proponérselo, un encendido alegato en defensa de la vida y la salud de este planeta “que con perpetua osadía llamamos nuestro”.

Cuán altiva en tu pompa, presumida,

Soberbia, el riesgo de morir desdeñas,

Y luego, desmayada y encogida,

De tu caduco ser das mustias señas! De Sor Juana Inés de la Cruz

Agosto

Contraponientes

De melocotón y azúcar,

Y el sol dentro de la tarde como el hueso de una fruta, de Federico García Lorca.

Está la tierra mojada

Por las gotas del rocío,

Y la alameda dorada,

Hacia la curva del río.

Tras los montes de violeta

Quebrado el primer albor:

A la espalda la escopeta,

Entre sus galgos  agudos, caminando un cazador.  Amanecer de otoño, de Antonio Machado

Extraordinario apéndice con 52 microbiografías aterradoras y tormentosas…

Y en cada escenario un suplicio, un amor, una sensación de pérdida. Así, si a Rilke le provocó su muerte el pinchazo de una rosa, que ya anunció los primeros síntomas de la enfermedad que acabaría con él, según Mauricio Wiesenthal; “Rilke bajó al jardín a cortar unas rosas y un pinchazo le hizo sangrar la mano izquierda. Al día siguiente la infección le llegaba hasta el codo…”, Dicen que las plantas nos regala un apéndice de microrrelatos con biografías de estos 52 poetas que están narradas de una manera inhabitual. Atención a esta especie de mininovela de la vida de cada poeta por esos detalles a cual más original y más terrorífico. Desde Julián del Casal  y la trágica vida de un hombre que literalmente murió de risa. Durante una cena entre amigos, un desmesurado ataque de risa le reventó un aneurisma. Amores dolorosos y platónicos como el de Marga Gil Roësset, víctima de un delirio de amor no correspondido por el poeta Juan Ramón Jiménez. Qué tortura, qué amargura…. Se disparó un tiro en la sien a los veinticuatro años. En su Noche última, “y es que…Ya no quiero vivir sin ti. No… Ya no puedo vivir sin ti…tú, como sí puedes vivir sin mi… debes vivir sin mí…”.Tras enviar su diario a Juan Ramón, éste lo conservó siempre… Naufragios como en el que casi muere ahogado José Asunción Silva. Desgracia ilustrativa de su vida reflejada en el penúltimo día de su vida cuando pidió a un amigo  médico que le rotulara sobre el pecho el mapa del corazón. Al siguiente amanecer, apoyó contra ese dibujo de piel el cañón de un revolver y apretó el gatillo. El tormento no tiene fin en estos poetas y resuelta a ingresar en un convento de la orden carmelita, Sor Ana de la Trinidad se enfrentó por este motivo con su familia y rompió con ella. En su huida a uña de caballo se rompió varios huesos, lo que le deparó dolorosas secuelas de por vida. Para colmo, su obra, hito de la literatura mística española,  fue atribuida a otra autora… ¿Y Delmira Agustini? Su amante le descerrajó dos tiros…

Una especie de bálsamo

Concluyo. Este libro debería pasar a formar parte de esos ejemplares que son una especie de bálsamo, una especie de libro de mesilla que vaya acompañando al lector y, sobre todo, lo adentre en el deseo de leer poesía.  Lo ha editado Anaya y pensarán que está dirigido para jóvenes, pero la poesía no tiene edad. Es para cualquier lector. Lo que sí es cierto es que los compiladores quieren que el lector joven se adentre en la poesía, no a través de la obra completa de un autor, que puede resultar fatigoso, sino a través de estas píldoras semanales. Si todo esto no os ha parecido suficiente atractivo, el libro contiene una enigmática semilla que si se pone en agua generará una plantita, ¡oh, el nuevo lector de poesía!

Dicen que no hablan las plantas. Pero no es cierto. Hablan, ¡vaya si nos hablan! ¡Dicen, nos dicen! Sin amor por el suelo que pisáis, el aire que respiráis, los mares que navegáis, los bosques que recorréis y los animales que os acompañan en el camino, no tendréis futuro ni luz…

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