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Un editor tiene que decir que «no»

José Luis Gutiérrez, maestro de editores (y de casi todo) decía que la autoridad de una editorial se construye sobre unos buenos cimientos de «noes».

Decir que no es todo un arte. Para quien le cueste tiene ejemplos extraordinarios en Los libros de los otros donde Italo Calvino recoge las cartas que dirigía a los autores que enviaban sus manuscritos a la prestigiosa editorial Einaudi: «te diré que empecé a leer la novela inmediatamente y vi que no podía aceptarla (…). Que no se te contagie la manía de publicar; una vez que hayas publicado, ¿qué habrás conseguido?». No parece mala pregunta para que el autor la encaje como pueda en su orgullo herido.

En este punto coincide Milena Busquets, que en un apunte de su delicioso diario Las palabras justas recuerda que «la labor de los buenos editores debería ser convencer a la gente de que no escribiese». En nuestro país se publican más de 70.000 títulos al año. De esa cantidad aproximadamente 10.000 son de la llamada «autoedición», es decir, publico porque quiero y me lo pago, y se pierden la excelente oportunidad de que alguien con cierta autoridad les diga que «no». De nuevo Calvino a ese mismo autor: «Espera diez o quince años para publicar, y entre tanto, haz lecturas ordenadas, estudia un poco, trata de saber qué quieres hacer. Y no vuelvas a empezar con esta novela que, es inútil que nos vengas con el cuento, ya ni tú mismo la soportas».

A este grado de intimidad tiene que ir un editor. Para contestar debidamente a un manuscrito hay que dedicar tiempo, y un manuscrito es para el autor una buena muestra de vulnerabilidad. Como dice Busquets, cuidado cuando un editor te pregunta ¿cómo estás?  porque «en realidad te está preguntando ¿Cómo va la escritura? Que es una pregunta muchísimo más íntima y peliaguda, como preguntarle a alguien si está enamorado (aunque en realidad sea la pregunta más fácil de responder del mundo, tan fácil como ¿Tienes sed?). Si a tu editor le importa más cómo estás tú que lo que estás escribiendo, cambia de editor».

Esta relación tan fuerte, porque al final es alguien clave en la obra del autor, precisa de una última cualidad esencial. Leila Guerriero en Zona de obras, después de glosar los distintos tipos de editores (desde el editor épico, pasando por el que no sabe lo que quiere, el exagerado, o el que escribió hace años sobre eso y cree que el mundo no se ha movido desde entonces), señala la cualidad básica: el silencio. «Y un día –esa es su mejor marca–desaparecen. Y si hicieron bien su trabajo pasarán los años y llegarás a creer que hiciste todo–todo–solo. Y olvidarás sus nombres, y olvidarás también lo que te hicieron: lo que te ayudaron a hacer».

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