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Solo los ángeles tienen alas

Por querer volar dejó a su prometida, Louise de Vilmorín, una aristócrata que se arrepintió toda su vida de haber cedido a las presiones y vetos de su familia, que desaprobaba las aventureras aficiones de su pretendiente. Sólo esa pega le ponían al joven, en lo demás Antoine encajaba a la perfección, que era el hijo de un vizconde y se había criado en un castillo, en esa Francia clandestinamente patricia, la única de verdad resistente.

Fue piloto, periodista y escritor, por ese orden, porque esa era la jerarquía que él mismo se impuso, porque para él un hombre es solo lo que hace.
Y por encima de todo Antoine de Saint Exupéry quería hacerse aviador. No fue fácil. Tardó años en conseguir trabajo entre las nubes, así que tuvo que ganarse el pan con cualquier cosa,  desde inspector en una fábrica de ladrillos, hasta representante de camiones.Por fin una compañía comercial le hizo un sitio como piloto, y a la vez que le dejaba cumplir su sueño le descubrió a otra de sus pasiones, el Sáhara, en el que más tarde estuvo apunto de quedarse para siempre.

Empezó volando entre Toulouse y Rabat, y pasó también una larga temporada en el Sáhara español, dirigiendo el campo de aviación donde un grupo de pilotos inauguraba algo así como el pony express de las alturas, los vuelos postales, donde de nuevo la vida se ponía en peligro para entregar una carta. De aquella experiencia nace su primera novela El correo del Sur, donde por cierto hay un hueco para la bellísima Louise, oculta bajo el  personaje de Genoveva. Es probable que Howard Hughes leyera ese libro antes de filmar «Sólo los ángeles tienen alas», una de las mejores películas sobre los pioneros de la aviación postal, y si no lo había leído lo parece, porque el papel de Cary Grant podía hacerlo perfectamente el autor del Principito.

… Y así nació El Principito

Por cierto que se breve libro, tan universal, también nació entre sus aviones. Más concretamente entre los restos de su aparato estrellada en el desierto, cuando perseguía un récord aeronáutico. Paso cuatro días sin prácticamente nada que beber y la sed le produjo alucinaciones. Casi en el último momento recibió la providencial ayuda de un beduino, y sobre aquella historia de supervivencia, casi trágica, el piloto no escribió una epopeya personal, no reflexiona sobre la sed, el miedo, la lucha por sobrevivir en situaciones extremas… Nada de eso. De la experiencia de ese accidente en el Sáhara nació la historia de un niño imposible, en mitad de las dunas, que al contarnos sus viajes nos ofrece una de las más bellas aproximaciones a los misterios del alma. A propósito del principito se han escrito millares de letras, desde interpretaciones filosóficas y psicológicas hasta lecturas políticas, que incluso hay más de un imbécil que califica al libro de fascista.

También esa etiqueta quisieron colgarle a Saint Exupéry, acusándole de ser embajador oficioso de la Francia de Vichy. Una estupidez que sólo se sostiene en el hecho de que tampoco era un entusiasta De Gaulle, y es que él había visto las consecuencias de una guerra civil cuando fue corresponsal en la España republicana, de la que escribió -por cierto- que allí se fusilaba con la misma naturalidad con la que se talaba un árbol. No quería ese futuro para su país, y a pesar de todo acabó listándose de nuevo, para combatir desde el aire, porque no podía aceptar el quedarse al margen.Así lo explicaba en una de sus últimas cartas:

«Parto para la guerra. No puedo soportar estar lejos de aquellos que tienen hambre. No parto para morir.

Parto para sufrir y así comunicarme con los míos… No sé si hacerme matar, pero acepto bien voluntariamente adormecerme así.»

Su avión desapareció en un vuelo de reconocimiento, frente a la costa francesa. Su principito, escrito sólo un año antes, figura entre los libros más leídos de la historia.

 

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