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ACTUALIDAD

Pinocho, o la inconsistencia de la voluntad

La obra de Carlo Collodi vuelve a estar de actualidad gracias a adaptaciones como la de Guillermo del Toro, que altera sustancialmente su significado

El libro más conocido de Carlo Collodi, Las aventuras de Pinocho, vuelve a estar de plena actualidad. El año pasado se estrenaron dos adaptaciones cinematográficas de la obra: una de Robert Zemeckis, con acción real, y otra de Guillermo del Toro, animada mediante la artesana técnica del stop motion (filmar fotograma a fotograma cambiando levemente la posición de las figuras y los escenarios). Y tres años antes, en 2019, fue Matteo Garrone (Gomorra) quien volvió sobre el célebre cuento.

De todas ellas, la que ha tenido más repercusión ha sido la de Guillermo del Toro, quizás porque es la que más diverge con respecto al relato original. Estamos ante una muy personal «actualización» de la obra original. Del Toro toma unos cuantos elementos icónicos de Collodi, pero, a partir de ahí, añade, suprime, reinterpreta, y usa a Pinocho para construir un relato sustancialmente diferente, aunque no carente de interés. Pero para entender por qué la versión del director mexicano es una reinvención discutible conviene volver la mirada a la obra que adapta y entender sus claves, más allá de las apariencias.

Collodi: Nace una historia

Sabemos, por propia confesión, que Carlo Collodi fue un mal estudiante, más travieso que aplicado –«Fui el alumno más inquieto y guerrero», dice de sí- y en ese retrato podemos identificar más a su célebre niño de madera que al paternal Geppetto que le alecciona sobre la importancia de la escuela.

Carlo Collodi comienza su carrera literaria como periodista y articulista, aunque enseguida empieza a escribir también relatos, novelas y obras de teatro. Jugador empedernido—un defecto del carácter que, en realidad, tiene mucho que ver con su personaje—las deudas le acosan, y, quizás por ello, acepta la oferta de un editor florentino para introducirse en el mundo de la literatura infantil con la traducción de los célebres Cuentos de Perrault. Luego vendrían Giannetino y Minuzzolo, novelas propias que preparan el terreno a Pinocho al retratar por primera vez de modo realista el carácter impulsivo, ruidoso y jovial de los niños.

En 1881, ya jubilado, comienza a publicar por entregas su obra cumbre, cuyos primeros capítulos se dan a conocer con el título de Historia de un muñeco. En 1882 se lanza con una segunda parte ya titulada «Las aventuras de Pinocho» y en enero de 1883, hace 140 años, terminó la obra que le daría la inmortalidad. Su primer ilustrador sería E. Mazzanti, pero la imagen icónica del muñeco de madera le llegaría de la mano de Attilio Mussino.

Los conflictos y lecciones de Pinocho

En una primera lectura superficial, Pinocho se nos presenta como un relato moralizante, educativo, sobre la importancia de que los niños obedezcan a sus padres, y que sean capaces de domesticar sus impulsos mediante la educación, que, además, les permitirá adquirir la cultura que necesitarán para no ser unos burros. Pero esta moraleja se ve desbordada por un despliegue de aventuras, verdaderamente imaginativo y cautivador, a ratos también aterrador, en el que, a poco que se afine el oído, uno descubre dos grandes asuntos: el primero, la constatación de que el mundo es un lugar peligroso, en el que acecha el engaño; y el segundo, el análisis de la inconstancia de la voluntad.

Frente a la ingenuidad del muñeco de madera, el mundo real es áspero, y está habitado por personas que no dudan en causar daño si extraen algún beneficio de ello. Pero Collodi no oculta que en ese mismo universo anidan la bondad y el desinterés. Lo difícil, por tanto, el verdadero reto, es aprender a diferenciar.

Pero, además, está el conflicto entre lo que sabemos que nos conviene, lo que debemos hacer, y lo que realmente nos apetece. Sería francamente deshonesto pensar que tal conflicto es exclusivo de los niños. En realidad, es uno de los grandes asuntos humanos, que en nuestro presente está más de actualidad que nunca, porque la línea que distingue lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo inadecuado, está muy difuminada.

En el Pinocho de Collodi, la oposición entre «muñeco de madera» y «niño de verdad» diferencia dos momentos de la infancia: el del niño asilvestrado, y el del que ha sido domesticado (en el buen sentido de la palabra) por la educación. No hay ningún conflicto de aceptación de la marioneta por ser como es, y tan sólo en un capítulo hay una mención a su naturaleza de madera como motivo de rechazo o de desconfianza. Pero es excepcional.

Si aceptamos la tesis de Tolkien de que en los cuentos laten ecos del Evangelio, podríamos interpretar también Pinocho en esta clave y ver en el «ser de madera» una referencia a la naturaleza pecaminosa del ser humano que necesita ser redimida. Esta explicación quizás ayude a entender por qué Pinocho es un cuento para niños que resulta tan seductor para los adultos.

El «Pinocho» de Del Toro

Las claves principales de la novela se respetan en la película canónica de Walt Disney, de 1940. Disney introduce algunas novedades, como el personaje de Pepito Grillo, que no aparece como tal en el relato original, aunque es fiel a la idea de Collodi de que exista una «voz de conciencia» que le vaya indicando a Pinocho lo que debe hacer. En el lado negativo, Disney acaramela en exceso el personaje del hada, que es pura bondad maternal según el aire y las convenciones de la época, mientras que en la novela original es bondadosa pero también exigente. 

En cambio, el meneo que Guillermo del Toro le mete a la obra es descomunal. En el lado positivo, intensifica el lado emocional, y conflictivo, de la relación entre padres e hijos. Para ello inventa un prólogo en el que nos muestra a Geppetto con un hijo, Carlo, que fallece a causa de una bomba que trunca la felicidad familiar. Tal suceso sume al carpintero en un profundo trauma, y el muñeco de madera aparece como un hijo de sustitución al que agarrarse, y al que reclama que se parezca al hijo que perdió. Esta parte de la historia, junto al magnífico despliegue visual, y la credibilidad y autenticidad que da la técnica de animación utilizada, son los ingredientes más seductores de la película.

Pero, además, Del Toro introduce en la historia una dimensión religioso-existencial que requeriría análisis aparte y que es ajena al texto clásico. Como también lo es la decisión de ambientar su relato en la Italia fascista, pese a que la historia fue escrita treinta años antes de que ese movimiento surgiera en Italia.

Añadamos, además, que casi todos los demás elementos de la obra original de Collodi son puestos en sordina. Y ello se debe, en gran medida, a una decisión previa del director. Guillermo del Toro no ve a Pinocho como un niño sin educar, como un sujeto con una carencia, por tanto, sino como un «freak», como una singularidad que debe ser respetada tal y como es. Como alguien que ya está completo en cierto modo. No hay una normalidad a la que adaptarse lo que diluye todo el discurso educativo y moral de Collodi, tan incómodo para la mentalidad contemporánea.

Frente al respeto a la autoridad, Del Toro ensalza la rebeldía y la desobediencia a través de su protagonista. Y para este fin le resulta muy útil su «artificio fascista» pues le permite presentar una autoridad poco legítima—además de belicista y puerilmente arrogante—que merece legítimamente ser desobedecida.

Por otra parte, la idea evolutiva de la obra de Collodi, que presenta a la persona humana como un ser en transformación, llamado al autoperfeccionamiento, es resituada por el director mexicano en el terreno de las identidades. «Sé quien eres, te quiero tal y como eres», le dice Geppetto a Pinocho en el tramo final de la película. No tiene demasiado sentido, por tanto, la idea clásica de aprendizaje, pues los niños ya tendrían en su interior todo lo que necesitan. Se trataría, en lugar de enseñar, de alentar al niño para que aflore y desarrolle las intuiciones que ya tiene dentro. Todo esto sitúa al «Pinocho» de Del Toro en una línea contracultural absolutamente ajena a la obra de Collodi.

Ecos ideológicos

Es difícil resistirse a ver aquí ecos del debate sobre los niños trans, y la creencia contemporánea de que una aparente identidad, contraria a la biología, de un niño de 9, 10 o 12 años debe ser respetada, incluso interrumpiendo el proceso normal de crecimiento mediante el uso de bloqueadores hormonales. Una creencia, o más bien ideología, que, al negar la existencia de una normalidad deseable, desactiva casi cualquier posibilidad de defensa de los niños por parte de sus propios padres. Unos padres que deben limitarse a repetir, como el Geppetto de Guillermo del Toro: «Sé quien eres» sin plantearse, ni por asomo, que las identidades a esas edades pueden ser muy frágiles.

Por añadidura, el conflicto entre deseo y deber, que es central en la obra de Collodi, como hemos señalado más arriba, desaparece en la película de Del Toro mediante un ardid de lo más idealista que viene a decirnos que, en las personas que son ellas mismas, deseo y deber confluyen adecuadamente, de modo que todo está bien. Y aunque no comeremos perdices, porque eso ya no se estila, seremos muy felices siendo nosotros mismos, aunque la pura verdad es que, para la inmensa mayoría de las personas, determinar quiénes somos, y lo que verdaderamente queremos en la vida, sea una tarea titánica que ocupa toda la existencia.

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