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Patricia Highsmith: 100 años de la maestra del suspense

La incomparable Patricia Hidhsmith, escritora especializada en novela negra, maestra de la intriga y el misterio, acaba de cumplir 100 años. Después de 26 años desde su fallecimiento, seguimos recordando a la novelista estadounidense por su grandioso legado traducido en numerosas obras literarias y cinematográficas.

Quienes la conocieron decían que su personalidad era tan compleja como sus obras. Tardó tiempo en reconocer su homosexualidad, también, era alcohólica y sus ideas comunistas, no encajaban mucho en los Estados Unidos de 1963. Debido a este panorama, tachada de traidora, decide abandonar su país natal para instalarse en Reino Unido y posteriormente, en Francia -nada que ver con los yankees-.

Así como dato, Hidhsmith prefería la compañía de los animales a estar con las personas. Era muy habitual toparse con ella y con un ejercito de gatos detrás. Su vida transcurría con inspiración y genialidad, los felinos y sus secretos…

Lo más popular de su trabajo es la saga de Tom Ripley pero, esta singular y excéntrica mujer no solo dejó otras joyas literarias como Extraños en un tren o Carol, sino que creó una nueva forma de narrar historias de suspense que sigue plenamente vigente. Conjugó como nadie la altura y calidad literaria con una nueva y turbia manera de abordar el suspense.

Una carta de presentación soñada

Desde muy joven tuvo, gran interés y curiosidad por indagar en las enfermedades mentales y compaginar sus descubrimientos con la escritura. Fue con 16 años recién cumplidos cuando se decidió por escribir. Estudió Literatura, tenía muy clara la vocación que brotaba en ella desde niña. Con 17 años comenzó a publicar sus primeros cuentos, que compaginaba con el trabajo de guionista de cómic. A los 22 escribió su primera novela, nunca publicada, The click of the shutting. La extraordinaria obra Extraños en un tren fue la primera que publicó en 1950, con una sencilla y retorcida premisa que dejaba claro las ideas y el estilo de Highsmith: dos hombres viajan en un tren. Uno quiere matar a su mujer y el otro a su padre. Intercambio de asesinatos. El crimen perfecto. Pero les tembló el pulso. La mentira y la culpa se ciernen sobre estos asesinos.

Gracias a esta obra maestra, se ve perfectamente que cualquiera puede ser un asesino, algo muy novedoso en una época en la que los buenos y los malos estaban nítidamente diferenciados en la ficción. Por ello, esto genera un giro en las historias de suspense que influiría y mucho en autores posteriores.

El célebre director de cine de terror Alfred Hitchcock también bebió del manantial de Highsmith. Extraños en un tren se convirtió en un filme magnífico dirigido por el estadounidense, que lo estrenó tan sólo un año después de la publicación del libro, con un guión rebajado en lo que se refiere a la turbia psicología de los personajes. Desde ese primer libro, la novelista dejó sentadas las bases de toda su obra. Estilo sencillo y directo, sin florituras, para ahondar en los secretos más oscuros de los seres humanos y en la más pura amoralidad (con algunas excepciones).

La llegada de Tom Ripley

En esa exploración de los seres humanos, si hay un personaje que destaque en la bibliografía de Highsmith es Tom Ripley, un seductor sin escrúpulos que logra lo que quiere de todo el mundo, sin importarle las consecuencias. Apareció por primera vez en El talento de Mr. Ripley (1955), sin duda la novela más famosa de Highsmith. Con el paso de los años y de los libros –aparece en otros cuatro: La máscara de Ripley (1970), El amigo americano (1974), Tras los pasos de Ripley (1980) y Ripley en peligro (1991)–, el personaje va desvelando sus múltiples caras.

De estafador pasa a asesino en serie, sin saltarse ni un escalón del ascenso criminal. Pero Highsmith fue capaz de hacerlo atractivo, un elemento imprescindible para que el lector entienda el poder de seducción de un personaje claramente manipulador. Tan atractivo resultó el personaje que su salto al cine estaba cantado. Y lo hizo muchas veces, la más famosa A pleno sol (1960) con un Alain Delon en su mejor momento para interpretar a Ripley, que posteriormente tuvo el rostro de actores como Dennis Hopper (El amigo americano, de Wim Wenders, 1977), Matt Damon (El talento de Mr. Ripley, Anthony Mingella, 1999) o John Malkovich (El juego de Ripley, Liliana Cavani, 2002).

Un libro especial

Pero antes de alcanzar el reconocimiento y la fama con Ripley, la escritora había creado, bajo seudónimo, una novela que en ciertas lineas quería parecerse a ella. Titulada originalmente El precio de la sal, apareció en 1951 y su autora era Claire Morgan. Vendió un millón de copias antes de que se desvelara quién la había escrito. Se volvió a publicar en 1990, con el título de Carol y ya con su autoría. Era la historia de amor entre dos mujeres en una época en la que era imposible vivirla públicamente, algo que le ocurría a la escritora, que incluso estuvo comprometida con el escritor Marc Brandel y tuvo varias relaciones con hombres pese a considerarse lesbiana.

Y es curioso que una de sus mejores novelas no tuviera nada que ver con los crímenes y estuviera inspirada en un breve encuentro cuando trabajaba unas navidades como dependienta de unos grandes almacenes. No hubo siquiera intercambio de palabras, como la escritora contaría en el prólogo de la reedición de 1989, pero se quedó fascinada por una mujer rubia con un abrigo de piel. «Quizás me fijé en ella porque estaba sola, o porque un abrigo de visón era una rareza, y porque era rubia y parecía desprender luz. Fue una transacción de rutina: la mujer pagó y se fue. Pero me sentía extraña y con la cabeza flotando, a punto de desmayarme, pero al mismo tiempo animada, como si hubiera tenido una visión», escribiría.

La dependienta sería interpretada por Rooney Mara y la mujer del abrigo de piel por Cate Blanchett en una preciosa adaptación de Todd Haynes que en 2016 fue nominada a seis Oscar. Cuando escribió la novela, Highsmith no quiso firmarla con su nombre para que no la etiquetaran como «escritora de libros lésbicos», pero posteriormente se mostró muy orgullosa de esta obra. «Antes de este libro, hombres y mujeres homosexuales en las novelas estadounidenses habían tenido que pagar por su desviación cortándose las muñecas, ahogándose en una piscina o cambiando a la heterosexualidad (así se decía), o derrumbándose –solos, miserables y abandonados– en una depresión igual al infierno».

Cinco años después, la escritora fallecía en Locarno (Suiza) a los 74 años. Se había instalado allí siete años antes tras vivir en Reino Unido y Francia desde que abandonó Estados Unidos en 1963, renegando de su cultura o, más bien –solía puntualizar–, de la falta de ella.

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