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ACTUALIDAD

Libros para armarse y ganar la batalla cultural 

Señoras y señores, lamentamos anunciarles, si no lo saben ya, que estamos en guerra. Apréstense a defenderse. Ciertamente, no lo parece: no hay cadáveres por las calles ni la sangre chorrea por las brechas abiertas en las cabezas de los soldados. Tampoco caen bombas ni nos refugiamos en búnkeres ni pasamos hambre; de hecho, abundan los riders que nos traen nuestros caprichos gastronómicos a casa. Y, sin embargo, desde el sofá (las cosas de la posmodernidad y sus comodidades), aquí estamos, librando incruentas pero feroces batallas culturales en las que nos jugamos la libertad y aquello que más amamos, aunque muchos no quieran reconocerlo. No exageramos, ni estamos siendo frívolos. El deseo de la paz no es condición suficiente para vivirla, y, si nos declaran la guerra, como es el caso, nos gustará más o menos, pero haberla, hayla. 

 

Como mucho, nos podrán imputar ser románticos, amantes de causas perdidas. Sin ir más lejos, casi todo lo que defendemos en la descripción de esta sección corre serio riesgo de ser aniquilado por el enemigo e irse de la faz de la tierra, permaneciendo sólo en nuestra memoria. Mas, como nos merece mucho la pena seguir disfrutando de todas estas cosas (y de tantas otras que se quedaron en el tintero) y no nos da la gana de perderlas sin hacer nada por evitarlo, hemos decidido en esta ocasión desempolvar y cepillar el uniforme y cavar nuestra trinchera, siempre, a ser posible, con una sonrisa en los labios. 

 

Si queremos ganar la guerra cultural, que para eso la libramos, aunque quizás esté perdida, necesitamos además buenas armas, y las hemos encontrado en los libros que siguen a continuación. Hay ausencias notables, pero no se preocupen, en el catálogo de Leer por Leer encontrarán los títulos que faltan. Tienen una selección para todos los gustos y todo tipo de combatientes: guerrilleros, infantes, marinos, intendentes, artilleros, legionarios, reservistas, músicos, aviadores, capellanes castrenses… No hay excusas, amigos. Escojan su frente de batalla y allí nos veremos. Nos encontrarán, o morrión en mano, en los Tercios de Flandes, o encendiéndole la mecha a Agustina de Aragón. Un placer, pelear a su lado. 

Manicomio de verdades, Rémi Brague 

Si nosotros, quizá soliviantados por las circunstancias, hablamos de guerra, algo a lo bruto, el filósofo Rémi Brague, con fino humor, describe la situación mucho mejor: como un manicomio donde moran las viejas verdades, que se han vuelto locas de remate. Pobres, habrá que curarlas. Y es que la demencia ha puesto sus ojos sobre la cultura occidental, y ha conseguido que las ideas que otrora nos guiaron, levantando una milenaria y rica civilización, hayan perdido la cabeza. Brague (París, 1947) pertenece a la exigua especie de los sabios vivos, y, como suele ser habitual en ellos, además de erudición, derrocha simpatía y sencillez. Con esta prosa, uno se tumba en el diván y se somete sin ninguna aprensión a la aguda terapia de nuestro autor, que consiste, a grandes rasgos, en frenar, retroceder y coger impulso. Esto es, recuperar la cordura volviendo a la mentalidad (que no las formas) pre moderna, adonde las verdades estaban lozanas. Siendo Brague experto medievalista, podrán hacerse una idea del tipo de fármacos que gusta de prescribir. Quizá se nos escandalicen, temiendo que nos imponga una vida oscura, inquisitorial y ñoña, pero les aseguramos que terminarán llamando Renacimiento a la Edad Media si le dan una oportunidad al último volumen del autor gabacho, como se llama a sí mismo. A lo largo del libro, Brague repasa la cultura, la bondad, la familia, nuestra relación con la naturaleza, y da, a nuestro juicio, con la clave: una idea de la libertad como proyecto, como búsqueda insatisfecha del hombre de la auto realización, de llegar a ser quien él quiere, de conseguir todo lo que se proponga; y no tanto de responder a un don, una llamada, una misión, una meta, o como quieran llamarlo. «Ser libre no es más que llegar a ser el que ya es», de manera análoga a como dicen que hacía Miguel Ángel con el mármol: sacar, a golpes, la escultura que ya estaba dentro del bloque de Carrara. Un último apunte. Si quieren quedarse con una frase que resuma el libro en dos, como las tablas de la Ley, tomen nota: la necesidad de conversar para conservar. Nada más, y nada menos.

 

El criterio, Jaime Balmes

Si tuviéramos algún tipo de autoridad en cuanto a cuestiones de Enseñanza se refiere, haríamos lo imposible por imponer la lectura de la obra maestra del filósofo de Vich a los alumnos de Bachillerato (que, por supuesto, sería el antiguo). Como, por fortuna, no es el caso, no mandamos ni en nuestra casa y esos estudiantes se quedan sin leer El criterio, lo recomendamos, entusiastas, en estas páginas. No tenemos ni idea de la temática que trata: ¿ética?, ¿lógica?, ¿psicología?, ¿ciencias naturales?, ¿historia? “Del hombre, hablo del hombre”, nos diría, quizá, un paciente Balmes, que condensa en un brevísimo volumen todo un tratado de humanidades injustamente ignorado por editoriales y críticos. Hablamos en serio cuando decimos que lo aconsejamos a los jóvenes lectores, porque es una manera muy barata de ahorrarse futuras y presentes sesiones de coaching y además, conseguimos reclutas para las batallas que libramos. Con una pasmosa sencillez, una escritura tan fluida que da gusto y a la vez envidia, consigue transmitir ese criterio que guíe la conducta. No se trata sólo de consejos de sentido común. Balmes no escribió un libro de auto ayuda, no. Sus lecciones están empapadas de metafísica, de lógica, de filosofía de la buena, porque no quiere dar a sus lectores páginas superficiales. Él va al fondo, y ciertamente, si se le lee con un punto sólo de interés, toca el alma e impresiona, marcando la memoria por siempre. Es, además, escritor de elegantísimo estilo y de un dominio del español que sólo un catalán puede tener: “Eugenio se había levantado muy temprano, había extendido maquinalmente el brazo a su librería y con el tomito en la mano, pero sin abrir, se había asomado al balcón, que daba la vista a una risueña campiña. ¡Qué día más bello! ¡Qué hora tan embelesante! El sol se levanta en el horizonte matizando las nubecillas con primorosos colores y desplegando en todas direcciones madejas de luz, como la dorada cabellera ondeante sobre la cabeza de un niño; la tierra ostenta su riqueza y sus galas; el ruiseñor gorjea y trina en la cercana arboleda; el labrador se encamina a su campo, saludando al iluminar del día con cantares”. Háganle un favor a quien más quieran y, si no ha leído El criterio, envíenle un ejemplar.



Pensar lo que más les duele, Adriano Erriguel 

Ya pasó la época aquélla en que blasfemar estaba mal visto, por ser pecado. Ahora, la situación es casi la contraria, y quien no utiliza ciertos tacos despierta ternura y condescendencia en quienes le rodean. ¿Seguro? No, no nos engañemos. La naturaleza humana es la que es, y sigue habiendo prohibiciones y faltas. Aunque se ha intentado, por todos los medios, liberarnos de las imposiciones de la religión, hay una nueva moral que seguir so pena hasta de ostracismo. Hoy, manifestarse en contra de los postulados del “Imperio del Bien”, a decir de Erriguel, es una blasfemia más grave que la pronunciada contra Dios, un verdadero acto revolucionario. Hagan la prueba y critiquen el feminismo, el multiculturalismo o cualquier otro ismo dominante. O cuenten un simple chiste sobre ellos, ríanse a su costa. A lo mejor tienen suerte y viven para contarlo. Pueden creer que exageramos; no así nuestro autor, que sigue la tesis de R. R. Reno, expuesta en “El retorno de los dioses fuertes”, reseñado con maestría por José María Contreras, y opina lo siguiente: que, bajo la premisa de eliminar las autoridades que coarten la libertad, se ha establecido, paradójicamente, una dictadura, la liberal-progre-buenista. En ella, comunismo y capitalismo se dan la mano para obtener de ese pacto legiones de individuos solitarios, desarraigados hasta de su familia, despojados de todo orgullo, salvo el de su narcisismo; listos para producir casi como esclavos y engañados por el soma del consumo sin freno y placentero. Y, cuidado con los disidentes que osen cuestionar el nuevo sistema. Serán acusados públicamente y sin compasión de los más execrables crímenes. Erriguel no tiene guiones ni planes para hacer frente a esta desasosegante situación, pero sí posee una inteligencia y una capacidad de observación extraordinarias con las que retrata el estado de las cosas y, como mínimo, nos hace pensar por nosotros mismos, actividad sujeta estos días a graves riesgos. También está asegurada con este libro cierta diversión, porque nuestro autor no escatima en ironías y mantiene, ya desde el título, un tono de desfachatez muy provocador que es, como toda la obra, un golpe en el tablero, para, ya de una vez, parar el juego y preguntar, sin rodeos, al resto de personajes: ¿a qué estamos jugando aquí?



Los centinelas de la humanidad, Robert Redeker 

En caso de que algún militar en la sala nos esté leyendo, podrá dar fe de las ásperas guardias que les toca realizar. Dura tarea, la del centinela, y a la vez, imprescindible para evitar asaltos imprevistos. A ellos les deben sus compañeros, muchas veces, la vida. En esta guerra nuestra cultural, vigilan dos tipos: santos y héroes. Ulises y San Pablo. San Ignacio y Garcilaso. Santa Teresa e Isabel de Castilla. Ignacio Echeverría y los mártires iraquíes. Es a ellos a quienes necesitamos. ¿Quién lo negará? ¿Hay alguien que los rechace? Luego vendrán las suspicacias, pero, de manera innata, a todos nos provocan admiración. En este libro, el filósofo Robert Redeker (Ariège, 1954) analiza estos dos modos sublimes de vida, los grados máximos de perfección que podemos alcanzar y a los que, sin embargo, muy pocos llegan. Y es que ni el héroe ni el santo nacen; se hacen. Matiz importante, y hasta crucial, diríamos, porque nadie está predestinado, por mucho que se empeñara Lutero. Luego, estas páginas, les avisamos, provocan efectos revulsivos, al modo de aldabonazo en la conciencia o de copla manriquiana. Porque, bien lo sabemos, una de las batallas culturales más duras es la que libramos contra quienes reducen a los individuos a simples consumidores de lo que sea. El héroe y el santo ganan, se elevan sobre lo material y sobre lo mediocre, abofeteándonos, y recibir un guantazo nunca fue agradable ni lo será jamás. Por eso, nos fastidia que nos señalen “a la vida humana su dirección”. Estamos muy a gusto “sobreviviendo como consumidores tranquilos y festivos, contentos y fútiles, inútiles para el universo, sentados a la mesa de los cafés, y esperando ahí, despojados de toda exigencia política, espiritual, humana”. No nos gustan los centinelas de la humanidad porque nos enfrentan con nosotros mismos. Qué le vamos a hacer. Y sin embargo, siguen y seguirán apareciendo santos y héroes que escandalicen a los tibios. Las referencias de Redeker a otros autores filósofos abundan, pero, que no cunda el pánico: lejos de despistar, nos ayudan. El autor logra que sigamos tirando del hilo conductor de todo el libro, que es, claro está, despertar “la más fundamental de todas las necesidades humanas: la necesidad de admirar”. Sin su cultivo, seguiríamos en la Edad de los Metales por la sencilla razón de que nadie suscitaría en nosotros ese deseo de superación, ese idealismo que nos distingue de las bestias o de las máquinas. Por eso, ningún producto del transhumanismo, ningún algoritmo, podrá compararse jamás a estos hombres extraordinarios. No lo dudamos: insuflados de ánimo y optimismo, disfrutarán sobremanera este ensayo, asequible a todos los lectores y prologado por una sensacional Esperanza Ruiz, la pluma más prometedora de las letras españolas, cuyos libros estamos deseando reseñar ya. 

La restauración de la cultura cristiana, John Senior 

Un piano, una chimenea, mil buenos libros. Y poco (como si fuera poco) más. Si quieren ustedes recuperar algo del terreno perdido en esta cansina guerra, ahí tienen los ingredientes básicos de la receta del profesor John Senior para, como declara abiertamente, restaurar la cultura cristiana, que es la nuestra. Senior (1923-1999), clarividente maestro de varias generaciones de estadounidenses, nos ofrece, con una prosa sencilla y estimulante, espuela de los ánimos, certeras claves para reconvenir los espíritus. Tampoco nos vamos a engañar: no se trata de una lectura complaciente. El profesor interpela, zarandea, sacude, nos va a suscitar una reacción, en un sentido o en otro. Pueden ir pasando las páginas enfadándose con él, indignándose ante la radicalidad de su propuesta, o, al contrario, dejándose llevar por esta corriente de agua fresca, fresquísima, que nos trae y cala hasta los huesos. No son pocos los que han dado giros vertiginosos a su modus vivendi tras las lecturas senioriales. Por ejemplo, el autor anima sin rodeos a destrozar la tele. Sus análisis son finos, precisos, y a veces, hasta proféticos, anticipándose cuatro décadas a las situaciones que padecemos hoy. Las bolas de cañón que lanza están hechas todas del mismo material: tradición. Aboga por familias unidas en torno a la costumbre, a la austeridad material, que tanto duele a los criados a los pechos del liberalismo; a la vida contemplativa de los monasterios medievales, a los clásicos de la literatura, a los niños con las rodillas raspadas, criados en la calle, recios, y a los padres que se guían más por el sentido común de la experiencia (bendito humus) que por los tips de cuatro modernos coachs. De hecho, la modernidad viene a ser para Senior casi una palabrota. Él busca otra cosa, como deja claro al inicio del volumen: «a veces creo que los conservadores, no solamente los liberales, se parecen a fariseos-católicos, absoluta y fríamente determinados a tener siempre razón. Mientras que el camino real de Cristo es un camino caballeresco, romántico, lleno de fuego y pasión; cabalgamos en fogosos caballos purasangre, que galopan gozosamente, olfateando el viento, mientras que con ruido de armas, pronunciamos el grito de batalla de Roland y Olivier: Montjoi! Nuestra Iglesia es la Iglesia de la pasión». Y pasión tendrán, se lo aseguramos, si se atreven a abrir las tapas de este libro.

 

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