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ACTUALIDAD

Libros para aficionarse a la arquitectura

Estamos a punto de meternos en un lío. Queremos dedicar unas letras a la admiración de un oficio elevado a la categoría de arte. No es que nos pongamos a lo Dalí (líbrenos él mismo), a favor de la arquitectura y en contra de la música, que les vemos venir. Sólo nos llama poderosamente la atención ese oficio, ese arte, que ejercen los últimos humanistas (sí, los arquitectos) y al que consiguen, claro, aficionarnos. La completa formación que reciben, al menos en algunas escuelas en España, les da tal soltura, ese aire vivaracho, que dan la impresión de saber dominar cualquier situación, sea cual sea. Dibujan, imaginan, idean, calculan, abstraen, saben ver, mirar, suelen conversar en condiciones sobre cualquier asunto, tienen buen gusto (o casi todos). Y levantan de la nada los suelos, las paredes y los techos. Desde una humilde ermita hasta un rascacielos. De la unión entre su sensibilidad y su cabeza nacen las más sublimes construcciones, pero, ojo, también los peores adefesios. Todo depende de lo feliz que sea el matrimonio. Con razón atrae ese mundo y queremos saber más de él. Por supuesto, los profanos en la materia necesitamos buenos guías, alguien que nos aleje todo lo posible de los peores nietos de Vitruvio. En nuestro caso, gracias a la paciencia paterna y a las generosas aportaciones de algunos tuiteros extraordinarios (síganle la pista a la borrominer Paula Garibay), hemos conseguido tomar distancia ante la abundante espesura y distinguir, no sin dudas, algunos títulos para ustedes. Y tampoco sin pena, porque algunos libros buenísimos están encadenados con grilletes y herropea y no hay manera de que vean la luz de la imprenta. Sólo los fisgones de fino olfato poseen el don de dar con estas joyas en alguna librería de viejo. Para quienes lo deseen, sírvanse a su gusto de esta selección y déjense llevar por quienes tan buenos caminos han abierto en el arte.

Historia secreta de los edificios, Ricardo Aroca

Cuentan que Ricardo Aroca era inconfundible para alumnos y profesores desde antes de que pisara, cada día, la Escuela de Arquitectura de Madrid. En cuanto se oía el motor de su Chopper, sabían que aparecería en breve, con el pop-pop-pop-pop de la Harley y la larguísima barba blanca ondeando al viento en una doble enseña, saludando a derecha e izquierda a los paseantes de la Ciudad Universitaria. Si a esta imagen añadimos su fe férrea en el marxismo y la admiración unánime que provocaba en las aulas, podemos hacernos una idea de su peculiar carácter y (lo mejor) su libérrimo pensamiento. Y así son también, cómo no, sus libros. En Historia secreta de los edificios (2011), por ejemplo, editado por Espasa, el independiente Aroca nos presenta y desentraña dieciséis construcciones españolas desde la Prehistoria hasta anteayer poniendo especial énfasis, lo habrán adivinado, en sus enigmas más escondidos. Partiendo de varias incógnitas que provoca el edificio a un observador medianamente espabilado, el profesor va desgranando los motivos de su levantamiento a la vez que las soluciones arquitectónicas para pasar del plano a las tres dimensiones y a enorme escala. Y siempre bajo la luz materialista que le guía; eso sí, también con una fina retranca que provoca muchas sonrisas durante la lectura, amena y asequible para los ajenos a la materia (en caso de apuro, sepan que el profesor tuvo la precaución de incluir un breve glosario). Nos explica de esta manera el nacimiento del arco apuntado en el gótico, la manera de izar los enormes bloques de granito del acueducto de Segovia, las columnillas prêt-à-porter del Hospital de las Cinco Llagas o la genial solución de Sáinz de Oíza para el remate de Torres Blancas. El prólogo no tiene desperdicio y ya nos avisa, entre otras cosas, de la profusión de subordinadas que gasta y de la desfachatez de sus opiniones. Un precio irrisorio a cambio del paseo que nos da Aroca por España, tanto en el tiempo como en el espacio, visitando con él El Escorial, la mezquita de Córdoba, la estación de Atocha o la catedral de León. Sin duda, salimos ganando. Y mucho.

Delirio de Nueva York, Rem Koolhaas

No es poco lo que se ha escrito sobre Nueva York, para lo joven que es la señorita. En esta fascinante ciudad ha pasado casi de todo, porque sus habitantes son como son; y, precisamente porque son como son, no hay nimiedad que suceda en la isla y alrededores que no se pregone, por todos los medios, del uno al otro confín. Era interesante el reto de Rem Koolhaas cuando publicó este libro en 1978, por lo difícil  de aportar algo al océano de opiniones sobre la urbe más famosa de nuestros días. Por eso, el resultado brilla más que Times Square en Fin de Año: el autor holandés, arquitecto, supo dar con un enfoque originalísimo y, además, editó el volumen con sumo gusto y cuidado. Concebido como un manifiesto retroactivo para Manhattan, porque la isla es “un conjunto de pruebas sin manifiesto”, el libro es en realidad  un cuento de cómo nació y creció Nueva York bajo la teoría (“la tiranía”) del manhattanismo, sin saberlo. Se convirtió en “la piedra Roseta del siglo XX” a través de su diseño reticular, de su arquitectura desinhibida, que deja en éxtasis a sus espectadores; de la congestión como medio de vida. Cuesta tomar conciencia de que tenemos delante un libro de Historia. No por engaño de Koolhaas, sino porque él es más listo que nosotros. Y, sobre todo, más libre: está por encima de nuestra opinión. No se ciñe al ensayo ni a la didáctica: alérgico a los compromisos, si le apetece intercalar una anécdota o una sentencia propia sobre la ciudad (el libro está plagado de sus reflexiones), lo hace, sin ningún remordimiento. ¿Para qué atenderlos? Él va a lo suyo; a contarnos cómo Coney Island se convirtió, a finales del siglo XIX, en el primer parque temático y de atracciones, creando el turismo de masas e incluyendo a los domingueros en los planes del patrón. Cómo los neoyorquinos pusieron fronteras en las nubes con los rascacielos y establecieron “solares vírgenes” en cada planta de edificios como el Flatiron de Burnham, el Benenson de Kimball o la World Tower de West. Cómo Hugh Ferriss supo enloquecer de verdad con Mahnattan y ver en ella la mega-aldea que hoy es. Socarrón, Koolhaas no puede evitar ofrecernos también las visiones de Nueva York de los dos europeos más distintos que quizá haya parido la madre griega: Dalí y Le Corbusier. Tengan algo claro: si, después de las andanzas de ambos genios, sobreviven a este delirio, sepan que es muy probable que se cuele en su lista de libros favoritos.

Breve historia del urbanismo, Fernando Chueca Goitia

Corren malos tiempos para las ciudades. El crimen siempre se ha sentido un poco más impune en sus calles, gozando del libertinaje que da el anonimato de una gran población. Por no hablar de las últimas novedades y modas, que campan aquí a sus anchas y tuercen el gesto del conservador que llevamos dentro y crece adecuadamente. Pero, aunque esto no es nuevo, nos da la sensación, quizá equivocándonos, de que escuchamos con cada vez más frecuencia aquello de “qué ganas tengo de irme de aquí y marcharme al campo”; a veces, de nuestros propios labios. Y, sin embargo, aunque a las ciudades les están creciendo los enemigos, no podemos dejar de sentirnos muy, muy urbanos. La ciudad es una extensión de nuestro hogar y andorreamos por ella como por el pasillo de aquél en medio de la noche: sabiéndolo de memoria. Aquí, estamos con el catedrático Fernando Chueca Goitia: “en su interior [de las ciudades] anida la vida misma hasta confundirnos y hacernos creer que son ellas las que viven y respiran. Todo aquello que al hombre afecta, afecta a la ciudad, y por eso muchas veces lo más recóndito y significativo nos lo dirán los poetas y los novelistas”. En este breve, como su título indica, ensayo, el maestro madrileño nos bosqueja, con una prosa sencilla y de mucha personalidad, los distintos tipos de ciudades que el hombre ha construido a lo largo de la Historia: la clásica, pública, organizada en torno al ágora, “locuaz y parlera”; la anglosajona, “callada o reservada, tiene de vida doméstica lo que le falta de vida civil”; la celosísima de su intimidad que es la musulmana, casi con pasadizos en lugar de calles y sin fachadas que den una sola pista del interior de la casa-santuario. Y, a partir de ellas, las que han ido edificándose hasta nuestros días. La vocación instructiva de Chueca Goitia es tal que el manual se mantiene en plena forma pese a que se publicó en 1968. Es lo que tiene divulgar sin pretensiones: que, atado el ego, uno acaba escribiendo un libro imprescindible. Atentos también a los dibujos del autor que nos acompañan en casi todas sus páginas. Comprobarán que Chueca tenía muy buena mano. Casi le perdonamos, como autor de tan importante obra, su militancia en la UCD.

Arquitectura: forma, espacio y orden, Francis D.K. Ching

El hawaiano Francis D.K. Ching trae un libro diferente y, sobre todo, inclasificable. Nos vamos a equivocar, seguro, si intentamos definirlo. Ni es un manual, ni un tratado, ni una enciclopedia, y podría serlo todo a la vez. Pero hay algo garantizado: la mirada cambia después de leerlo. Uno no vuelve a pasear por una calle o contemplar una maqueta como lo hacía antes de toparse con Ching. El autor nos cuenta claramente sus intenciones: quiere enseñar al arquitecto a resolver problemas. Y, como “la definición del problema forma parte de la respuesta”, toma los elementos más básicos de la forma y el espacio y les va dando orden, llevando de la mano al lector hasta que alcanza, orgulloso, conceptos complejos como las teorías renacentistas sin hacer (lo prometemos) grandes esfuerzos. Ching se sirve de unas estupendas ayudas: las ilustraciones. La cantidad de texto es pareja a la de los dibujos que permiten ver enseguida la idea que transmitía con sus letras. Y, de paso, nos va transportando por todo el mundo, a través de edificios singulares y algunos, completamente desconocidos para los profanos. No se trata de un libro para todos los públicos, somos conscientes. Sin embargo, sí podemos asegurarles tres cosas: la primera, que jamás lo perderá por haberlo prestado. La segunda, que encontrará su cabeza mucho mejor amueblada después de leerlo. Y la tercera, que se lo habrá pasado como un niño con este volumen el bueno de Ching. Y eso, a fin de cuentas, es de lo que se trata.

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