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La profecía de Pemán

Ni juntando 500 kichis te sale medio Pemán. Y eso es todo lo que tienes que saber sobre esa costumbre comunista de perseguir estatuas. Eso y el comienzo de esta Tercera de ABC de José María Pemán en 1962, que parece dedicada con amor al tipo ese que dice ser alcalde de Cádiz: “Ahora que en la gran política de los pueblos se trabaja para remiendos de cinco o seis días, para zurcir la paz unas horas más, deberíamos tener algo más de comprensión histórica para los que en el siglo pasado hacían tareas políticas que duraban cuarenta, cincuenta años”.

La retirada de la placa del escritor gaditano de la calle Isabel La Católica de Cádiz es el ocaso de un exterminio contra la memoria. Si tanto desean olvidar, tal vez deberían probar a golpearse el coco con una maza. Es más eficaz y no ofende al intelecto de los demás. Kichi le ha quitado ya a Pemán el busto, el teatro y la placa. Y a cada paso que da hacia el olvido, a Pemán se le recuerda más y mejor. Comprendo su frustración.

A fin de cuentas, Kichi es el típico tío que se levanta por la noche temblando, después de superar una horrible pesadilla en la que se veía perseguido por faltas de ortografía. En mi opinión, antes de quitarle una estatua a nadie debería ser obligatorio haber leído sus obras completas. “La gran lección de España”, escribió Pemán, “fue quedarse sentada sobre las piedras y las tumbas y estarse allí a solas con Dios”. Esto no puede entenderlo un tipo que cree que la gran lección de España fue quedarse sentada sobre un banco y fumarse un canuto.

Pemán es la belleza, el estilo y la gracia. El Kichi es la antítesis de todo eso. Pemán es Cádiz. El Kichi es Róterdam, que será un sitio muy interesante y lo que quieras, pero no tiene la obra de Pemán, ni la bahía, ni la catedral.  “Andalucía es como una anchísima vitrina, coleccionista de paisajes: se parece a Tierra Santa en Almería; a Suiza en Granada; a Puerto Rico en Cádiz”, escribió el autor en una ocasión. Kichi habría preferido que compara Cádiz con la cuba de los Castro.

 

Y el bien. Mientras Baudelaire había rendido culto a la oscuridad y el decadentismo en Las flores del mal, sin gran aspaviento nuestro Pemán arrojó un siglo después Las flores del bien. Poemas de un alma limpia: “Todo el campo es expresión / segura de un Dios que viene. / ¡El Bien tiene sus flores, como tiene / la tarde su canción”. Con idéntica sencillez quiso Pemán inmortalizar para los más jóvenes la España que amó, a través de su historia, en páginas que desvelan, ya casi en exclusiva, la visión cristiana de los acontecimientos de nuestra nación.

 

 

Decía el viejo Pemán que en Cádiz “comenzó todo”, atrás en el tiempo, cuando aún podía presumir de “cosmopolitismo, tolerancia y trimilenaria vejez”. Viendo esta obsesión posmoderna por derribar las obras que otros alzaron con talento y méritos propios, da la sensación de que esta nueva camada política no pretende otra cosa que convertir la bella capital gaditana en epicentro de todos los finales. No hay mayor traición para una tierra así, abierta y luminosa. No hay mayor deslealtad con sus antepasados, con su historia, con sus letras, con su gente. No hay mayor ingratitud. Releyendo estos días a Pemán, me topé con otra célebre tribuna sesentera suya, que lleva por título La cerda infiel. Tal vez, no sé, me vino a la mente, fuera aquello una profecía del advenimiento del Kichi.

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