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Houellebecq, el último galo

Houllebecq Francia

La lectura de la última entrega de textos, artículos y entrevistas de Michel Houellebecq (Interventions, Flammarion, 2020) no ha dejado indiferente a los chiens de garde de la intelligentsia progresista mundial. No debe extrañar esta vigilancia y escrutinio moral en la valoración de la obra literaria de quien ha sido el enfant terrible de las letras francesas desde la publicación de Ampliación del campo de batalla, allá por el año 1994. Gracias a esa novela, en la que arranca una particular contienda dialéctica contra el liberalismo social y cultural que se prolongará a lo largo de toda su obra, el escritor parisino salió del anonimato para convertirse en una figura a seguir.

No obstante, el “fenómeno Houellebecq” no se entendería sin la publicación de Las partículas elementales, considerado el libro del año en Francia en 1998. Su tercera novela, Plataforma, traducida a más de 25 lenguas, le catapultó definitivamente al estrellato literario y mediático. Desde entonces, Michel Houellebecq se ha consagrado como el novelista contemporáneo francés más leído en el mundo. Algunas de sus novelas incluso se han llevado al cine. Crítico del neofeudalismo sexual y afectivo que segrega la atmósfera social nacida del sistema cultural sesentayochista, sus personajes encarnan ejemplarmente la penuria interior del hombre posmoderno. Su obra ha provocado encendidos debates por sus controvertidos posicionamientos en temas políticamente incorrectos como el feminismo, el Islam o el multiculturalismo, en los que no ha dudado en denunciar la soga inquisitorial invisible que atenaza a las sociedades occidentales. Sin embargo, las fatwas dictadas en su contra por la Internacional Cursi llegaron demasiado tarde y solo sirvieron para alimentar un escándalo que benefició a la difusión de su obra. Conociendo estos antecedentes, hemos optado por abrir esta reseña recogiendo algunas de las más recientes contribuciones a la crítica moral de la obra de Houellebecq, que aunque llamadas a ocupar alguna modesta nota a pie de página en la historia del macartismo rosa, son sin duda representativas del clima moral de nuestra época y del lugar que en ella ocupa la obra de nuestro autor.

¿El cuñado reaccionario?

No podría faltar en este sentido la particular visión de El País. En un alarde de originalidad, el periódico del progreso global no ha tenido reparos en definir al escritor francés con una fórmula ilustrada que comienza a circular con provecho en el terreno de la crítica literaria ejercida en los circuitos académicos más exquisitos: “cuñado reaccionario». 

Por supuesto, el uso de estas fórmulas debe entenderse también como traducción divulgativa obligada de contenidos teoréticos complejos a las entendederas de los mermados lectores de la letra impresa subvencionada, especialmente si se trata de la sección de cultura y deportes. El artículo podría haberse titulado “¿De qué es Houellebecq el nombre?” si no fuera porque la mejor traducción para el consumidor habitual de alpiste ideológico sería más bien “¿De quién es Houellebecq el cuñado?”. Repárese, en este sentido, en el noble esfuerzo del articulista progresista por encontrar el lugar preciso del cuñadismo reaccionario houellebecquiano en las corrientes centrales de la literatura francesa del siglo XX: “Al mismo tiempo, encarna el último eslabón de una serie de nombres —de Maurras a Céline o, en el bando opuesto, los adoradores de Stalin o Mao— que brillaron como escritores y abrazaron ideologías extremas. También en eso, Houellebecq es muy francés”. No parece que podamos abrigar ninguna esperanza, a la luz de estas consideraciones, de que el nacionalbolchevique Houellebecq se atreva a transgredir en lo sucesivo el pacto germano-soviético implícito de la literatura francesa moderna. Solo su muerte podrá cerrar esta nueva página tenebrosa de las letras francesas. El cuñado bueno es el cuñado muerto.

Que el problema no es solo el hundimiento imaginativo de las páginas culturales de la prensa escrita como consecuencia de las presiones tentaculares ejercidas por gobiernos dadivosos lo demuestra la línea editorial de otros medios digitales que, si bien en principio liberados de las cadenas del subsidio telecomunicativo, no resultan menos obstinados en la búsqueda del bien, el amor, la felicidad universal y otras modestas misiones del periodista comprometido con las causas del mes en curso. Así, por ejemplo, en el diario digital El Confidencial, el cuñado Michel no es retratado con mucho más cariño que en El País

Sin embargo, sí es cierto que en este sesudo artículo nos informan de un detalle biográfico en absoluto carente de interés. Nuestro novelista es, según se apunta, “alguien formado en lo agrónomo” (sic). Quizás esto explique que el parisino nos haya salido con “ideas propias, pocas y violentas por ser inamovibles de su pensamiento” (resic). Si son propias, las ideas siempre son pocas y violentas para los guardianes de las esencias del consenso biempensante. No se entiende, en ese sentido, tanta reiteración. En cualquier caso, parece fuera de toda duda que la asociación entre agronomía e ideas inamovibles merece ser estudiada con todo detenimiento por la memoria histórica democrática. Que se lo digan si no al señor Lysenko, ingeniero agrónomo y más aficionado a las fake news que el mismísimo Donald Trump. Que las ideas del “científico descalzo” eran pocas y violentas lo avala su revolucionario intento de construir una biología marxista-leninista contra la superestructura alienante de las nuevas cadenas ADN-burguesas. Naturalmente, todas las oficinas internacionales de fact-checking se encontraban por aquel entonces ubicadas en la sede moscovita del Newtral-KVD. El progreso nos ayudó a superar estos obstáculos.

Hay que entender que, entre atentados y decapitaciones, los corresponsales españoles en Francia no encuentran tampoco demasiado tiempo para investigaciones bibliográficas sofisticadas sobre las últimas novedades literarias del país vecino. De ahí los acostumbrados movimientos de lectura rápida que hoy todo buscador y traductor de Google facilita. La ciencia cuñadista avanza una barbaridad gracias a las nuevas tecnologías. Más cercanos al empirismo metodológico y en sintonía con la técnica de los antropólogos anglosajones clásicos, que convivían con aborígenes e indígenas, nos hemos decantado en esta columna, sin ninguna forma de profilaxis cultural, por la lectura directa del último libro de Houellebecq, que iremos diseccionando con denodado rigor en varias entregas. Toda novela del cuñado galo debe aspirar a convertirse en objeto de análisis etnológico como modelo de una oscura reminiscencia tribal de las supersticiones de los primeros pobladores del Hexágono, aun cuando esta última consideración refleja más bien una hipótesis etnocentrista que nos encargaremos de confirmar o desmentir en nuestras conclusiones finales.

Defensor de Trump y en contra de la islamización de Europa

En Interventions 2020 (Flammarion, 2020) se reúnen un conjunto de textos, entrevistas y pequeños ensayos publicados por el autor de Ampliación del Campo de Batalla desde 1993 hasta el fatídico año coronavírico de 2020. Algo más de la mitad de los textos reunidos en este volumen figuraba ya en la segunda edición de Interventions, publicada en 2010 por Anagrama. A esta última edición solo se suman, pues, un 45% de nuevos textos. En nuestra crítica nos centraremos exclusivamente en este material inédito añadido, citando siempre entre comillas las palabras del escritor francés, tal y como aconseja el método científico que la ciencia cuñadista ha desarrollado en sus manuales de estilo acusatorio. 

Donald Trump es un buen presidente es el nada irónico título de una entrevista a nuestro autor publicada en la revista Harper´s Magazine en enero de 2019. Es normal que el lector de la obra se dirija a ella en primer lugar, sin duda atraído por la conexión del tema con las disputadas elecciones americanas de 2020. Que no existe ninguna ironía en el título de la entrevista lo demuestra el hecho de que, dirigiéndose al público norteamericano, Houellebecq se felicite expresamente de las consecuencias positivas de la llegada de Trump a la presidencia norteamericana, pues desde entonces “los americanos ya no intentan extender la democracia por todo el planeta. […].  Trump aporta un frescor saludable, y habéis hecho muy bien en elegir a un presidente que procede de la sociedad civil”. “Contrariamente a los liberales (tan fanáticos como los comunistas, en su género), el presidente Trump no ve en la libertad de comercio mundial el alfa y omega del progreso humano. Cuando el librecambio favorece a los intereses de América, el presidente Trump está a favor del librecambio; en caso contrario, las buenas viejas medidas proteccionistas le parecen totalmente apropiadas. El presidente Trump ha sido elegido para defender los intereses de los trabajadores americanos; defiende los intereses de los trabajadores americanos. Nos hubiera gustado encontrar más a menudo este tipo de actitud en Francia en los últimos 50 años”, concluye lamentándose por la ausencia de dirigentes políticos de altura en su país desde la muerte de De Gaulle.

A la vista de estas observaciones, y a pesar de las reservas emitidas sobre ciertos rasgos excéntricos o condenables del perfil público del outsider republicano que desembarcó contra todo pronóstico en la Casa Blanca en 2016, no debe sorprender que la conclusión no destaque precisamente por su ambigüedad: “En definitiva, el presidente Trump me parece uno de los mejores presidentes que haya conocido América. En el plano personal, por supuesto es bastante repugnante. Que llame a prostitutas, no hay problema, no nos importa, pero reírse de los minusválidos no está bien”. No obstante, estas esperadas concesiones al humanitarismo ambiental no nos deberían llevar a engaño. La alternativa deseable no es un político del Partido Demócrata sino un Trump moralizado, quizá hispano y bronceado: “Con un programa equivalente, un auténtico conservador cristiano, en definitiva, un tipo honorable y moral, hubiera sido mejor para América. Pero esto puede producirse quizás la próxima vez si volvéis a insistir en Trump. Dentro de seis años, Ted Cruz será todavía relativamente joven y hay seguramente otros excelentes conservadores cristianos”. En todo caso, los frutos de esa apuesta no solo redundarán en beneficio de los Estados Unidos sino que revertirán positivamente en todo el planeta, según su criterio. “Seréis un poco menos competitivos, pero volveréis a encontrar la felicidad de vivir en vuestro magnífico país, en el interior de vuestras fronteras, practicando la honradez y la virtud, exportando algunos productos, importando algunos otros, en fin, no es gran cosa, la disminución del comercio mundial es un objetivo deseable y asequible en un breve plazo. […]. Vuestro mesianismo militar habrá desaparecido enteramente; el mundo respirará mejor. […]. Todo esto se producirá en el tiempo de la vida de un hombre”. “Tenéis que haceros a la idea, estimado pueblo americano: a fin de cuentas, Donald Trump quizás haya sido, para vosotros, una prueba necesaria. Sea como sea, seguiréis siendo bienvenidos – como turistas”. No podía faltar un tema recurrente de su literatura: el turismo de masas. Si las cosas vuelven así a su cauce histórico natural, los buenos americanos post-trumpianos terminarán organizando exóticas visitas a la capital francesa y quizás algún safari en el Louvre para conocer de primera mano a “nos ancêtres les gaullois”. No podría imaginarse, en recuerdo de Max Scheler, mejor puesto para el homo americanus en el cosmos houellebecquiano.

De las diferentes entrevistas y pequeños ensayos que se recogen en el libro debemos destacar, además de estas, otras perlas que no dejarían indiferente ni al lector más avisado. También declaraciones que resumen el estado de ánimo del autor y su lectura del presente, claves todas ellas que ofrecen un marco autointerpretativo para su obra. Seguiremos analizando su contenido en próximas entregas.

 

No te pierdas la reseña de Sumisión, la novela más famosa de Houllebecq. 

 

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