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Hooligans Ilustrados

Lo primero que le pido a una editorial es que su clientela sean los lectores, y no el aspirante a escritor con un puñado de páginas y una ilusión tintineando en el bolsillo. Lo segundo es que edite bien, es decir, que mejore el texto o al menos le haga justicia; que escoja con cuidado la tipografía, los márgenes, el interlineado y, por encima de todo, que no utilice el papel que ponen en los baños de las estaciones de autobuses. Lo tercero es que tenga un catálogo coherente. Malo si en la solapa de la novela que estás leyendo se publicita un libro de recetas, otro de bricolaje y un poemario. Casi con toda probabilidad los cuatro autores habrán pagado; el poeta sin lugar dudas.

La editorial Libros del K.O. cumple de sobra el segundo y el tercer requisito, y eso me hace suponer que estará libre de pecado en el primero. Desde su fundación hace ahora diez años, la editorial madrileña ha mantenido su apuesta por el periodismo narrativo en libros editados como Dios manda. Dentro de su homogéneo catálogo, hoy me interesa la colección Hooligans Ilustrados, hasta la fecha compuesta por 30 títulos que parten de la afición a un equipo concreto para hablar no solo de fútbol, pero sobre todo de fútbol.

Aunque irán cayendo porque son breves y saladitos como las pipas, aún no me ha dado lugar a leerlos todos. Llevaré media docena. Entre ellos es de obligada referencia el del Real Madrid (Grupo salvaje) porque lo escribió Manuel Jabois; también el del gran Enric González sobre su padecido Espanyol: Una cuestión de fe. Del periodista barcelonés, aunque no fuera editado por Libros del K.O., he de recomendar Historias del Calcio, donde se recogen las crónicas que le publicó El País durante los cuatro años que estuvo como corresponsal en Italia. De hecho se puede simultanear con sus maravillosas Historias de Roma.

También he dado buena cuenta de Lo mudable, firmado por el cordobés Antonio Agredano, quien además ha publicado recientemente Prórroga, una novela sobre un portero, como todos los porteros, caviloso y dolorido. Y, por su puesto, Yonkis y gitanos del sevillista José Lobo. Hay también uno del Betis (Marchito azar verdiblanco), pero antes tengo que leerme todos los demás. Le tengo echado el ojo, por ejemplo, a Infrafútbol de Enrique Ballester, del que ya me he leído Barraca y tangana, un compendio de columnas en las que el autor se muestra completamente incapaz de aburrir.

 

Al enumerarlos de este modo puede dar la sensación de que atravesamos una primavera del subgénero, y de hecho creo que es así, lo cual no quita que haya aún quienes repiten aquello de “pan y circo”, incluso en latín en caso de que quieran mirar por encima del hombro a los que ya miraban por encima del suyo; quienes aseguran que saber cómo funciona el fuera de juego es menoscabo inteligencia. Y quizás lo sea, pero como conocedor del fuera de juego, no soy quién para decirlo. En cualquier caso, el fútbol recibe cada día una mirada más limpia por parte de la literatura, sirva como ejemplo, amén de todo lo anterior, Nunca fuimos más felices, el último libro de Carlos Marzal.

Y aunque me alegra todo este enaltecimiento literario del fútbol, también me hace sospechar. Las letras, en especial las buenas letras, son de naturaleza melancólica y no llegan hasta la hora del crepúsculo; no cantan sino a lo que está herido de muerte. Porque la literatura puede tener el plumaje de un cisne, pero la dieta de un buitre carroñero. Por tanto la pregunta es si el fútbol agoniza.

Son preocupantes indicios todas las recientes propuestas de echar más leña al fuego, de que haya tantos mundiales como veranos, o mundiales invernales, o ligas en las que el Barcelona no tenga que volver a pisar un estadio de provincias. Y es que, al parecer, los jóvenes chinos, y no tan chinos, se han dejado de interesar por el fútbol, salvo por el fútbol que se juega con un mando y desde el sofá de la casa de sus padres. Y por eso los magantes persiguen que el deporte de carne y hueso se parezca cada vez más al de los videojuegos. Es la imitación convertida en modelo.

No obstante, se trata de algo que no solo afecta al fútbol: para las nuevas generaciones lo virtual no es, como lo era para nosotros, un remedo de la realidad, sino una realidad mejor, más limpia e interactiva. Supongo, por tanto, que el Messi de ceros y unos pronto hará más dinero que el Messi de músculos acalambrables y ligamentos precarios. Puede incluso que con el tiempo los videojuegos ni siquiera se fijen en la realidad, y que en lugar de a imitar a un jugador nacido de mujer, creen al suyo propio, nuevo, desligado de modelo alguno y nacido directamente de las entrañas informáticas. Sería la muerte del fútbol, al menos del fútbol que se juega con los pies. A eso vamos. Espero equivocarme.

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