Montero Glez no se prodiga mucho en los medios. Alejado de oropeles, es de los de aparecer en público lo estrictamente imprescindible. A Montero Glez le debemos su buena literatura, que es lo importante, desplegada en títulos e historias tan diversas como Manteca colorá, El carmín y la sangre, Pistola y cuchillo, Sed de champán…
Confiesa que no ha tenido más vocación que ser escritor, nada más y nada menos. Hacer lo mejor posible un oficio que, precisamente elegido por vocación, te permite ganarte la vida dignamente.
Destila esa sobriedad del misterio lleno de silencios que despierta la admiración inmediata. Sabes que cuando te sumerjas entre sus páginas disfrutarás de su capacidad para describir el viento de Tarifa, del sur que le acoge, “tan fuerte que borra el número de los zapatos. Y que a su paso enojado arranca lunares de pañuelos, ladridos de perra y besos perdidos para siempre. Y ocurre también que la mar se alborota y que, sabrosa de sal, embiste la costa y chifla los ánimos del viajero”. De admirar cómo traspasa esa atmósfera de belleza furiosa a través de toda una sintaxis de combate o como el duende del flamenco de Camarón se te mete hasta las entrañas: “Caminaba con la fragilidad del que no sabe negar una pizca al capricho de su temperamento”… La cultura poco o nada tiene que ver con mercancía, “la cultura es una cualidad de la sangre, de la misma manera que la sonrisa es cualidad de los labios”.
Nos acaba de dejar en las librerías su último trabajo, una joya llamada La vida secreta de Roberto Bolaño (Navona). Un laberinto de personalidades cuyos senderos se entreveran hasta fundirse en una suerte de juegos de porvenires, vidas secretas e inventadas, donde proliferan poetas malditos, admirados novelistas como Marsé -si no es por su Pijoaparte, el Charolito de Montero no hubiera existido-, ácidos pintores, cantaores flamencos y hasta los ruidos de fondo del gremio literario …
De Bolaño asegura lo sobrevalorado que está como novelista y lo grandioso que era como poeta… Tanto que hasta puede escuchar su voz cada vez que le lee, ¿un retrato así es una ficción entre otras muchas posibles?
Me gusta el Bolaño poeta, más que el Bolaño novelista. Pienso que a él le pasaba lo mismo, que se sentía poeta ante todo. Y a partir de su figura poética yo trazo esta ficción que es un retrato entre otros muchos posibles. Para ello he escrito una sucesión de historias que se relacionan unas con otras y que suponen un desafío donde, al final, Roberto Bolaño pasa a ser protagonista.
Esta vida secreta de Roberto Bolaño está escrito desde el terreno, imbuido de recuerdo, admiración… Dice que está en deuda con la vida, “por haberme cruzado en el camino con grandes artistas”, y el emocionado, irreverente o cómplice recuerdo que, “es un asalto, lo más parecido a un abordaje donde la memoria hace revivir lo ya vivido”. Valoro su evocación a los que ya no están como Fernando Marías, José Luis Alvite, y aquellos que le ayudaron en un momento de su vida como Mario Muchnik, su padre literario…
Fernando Marías era una persona muy generosa, un ser humano en toda la extensión de las dos palabras, un hombre que me abrió puertas y nunca me puso zancadillas. Mario Muchnik fue mi padre literario, el que me puso en contacto con mi obra y me enseñó a crecer a la vez que mi obra crecía y Alvite era mi maestro, un hombre sencillo que escribía como los ángeles caídos. Para mí, el mejor prosista de este país tan grosero con sus artistas.
Ninguno hemos podido elegir nuestro lugar de nacimiento, las circunstancias, la época… Un día nos encontramos arrojados a la vida y sentimos como un “deber” con ella. Como propone el pintor Charris, algo así como dejar el lugar en el que has sido hospedado, que es esta vida, algo más limpio, más bonito, algo más interesante que como lo encontramos. Así ocurre con su escritura haciendo de la literatura un sitio mejor…
Pues si consigo hacer de la vida un sitio mejor con mi literatura, pienso que he triunfado. No se le puede pedir más a esto.
Cuenta que leer a Marsé, “tuvo la culpa de que hoy me dedique a este noble oficio”
Claro, es que yo leía a Kipling, a Verne, a Salgari, a Stevenson, lo típico, hasta que cayó en mis manos Si te dicen que caí, la novela de Marsé. Yo tenía 16 años y con su lectura perdí la virginidad, me di cuenta de que también se podía escribir sobre asuntos más carnales, de tal manera que, luego, después de la lectura de Marsé, cuando cogía a Salgari y sus buscadores de perlas, empecé a ver la silueta de las mujeres bajo la seda de sus vestidos….no sé si me explico, pero la explosión hormonal me llegó con Si te dicen que caí y no con las fotos de las revistas de chicas desnudas de aquella época que era la época del destape.
“Todos somos personajes de nuestra propia vida, lo que sucede es que algunos sobrepasan los límites de la vida y con ellos los límites de su propia historia”, sabemos por boca de El Chukri. “Nunca quise ser escritor, tan solo quise escribir”, ¿en esto radica todo?
Claro, yo no aspiro a otra cosa que a escribir historias, contar historias por escrito, no quiero que se me catalogue ni se me clasifique en oficio ni profesión alguna; de ser algo me hubiera gustado ser bailaor flamenco como lo fue Antonio Gades.
Ser un buen escritor debe ser como le dicen a un cantaor o a un guitarrista, “ortodoxo, limpio, templado”. Las palabras, “como las notas, las ha buscado toda la vida”. Por otra parte, como decía Agujetas, ¿para escribir hay que buscar la causa como para cantar? “Si no pasas fatigas no hay ná pa’ cantar” -señalándose el corazón-, “si esto está vacío, olvídate”
Bueno, también hay casos como el de Borges, de vida sedentaria, o como Kafka de vida gris y sórdida; mira tú. Tanto Borges como Kafka eran hombres de gran riqueza interior; tenían un mundo inmenso dentro de ellos, un mundo que latía y que expresaban por escrito. Yo no dispongo del talento de ellos, así que he tenido que vivir la mayoría de las cosas que he escrito. Qué remedio.
De todas formas, hay a quien no le visitan las musas ni aunque se forme en La Sorbona, y quien sólo tiene que acariciar las cuerdas (o las palabras) e inmediatamente un escalofrío nos sube por la espalda hasta la nuca…
Estoy de acuerdo, hay personas, muchas, que han vivido la guerra, el amor, la enfermedad… y no han sacado algo literario de toda esa experiencia vital.
Habla de realidad y ficción. Hay cosas en su libro que son producto de su imaginación y que ha vivido más que otras de su realidad…
La verdad en la vida y la verdad en la literatura son verdades diferentes; pero la mixtura de géneros, esto es, las aportaciones de la crónica periodística a la ficción hacen que la verdad en la ficción parezca que es la verdad en la vida.
Vivir en una ficción, en una ilusión. ¿Existe diferencia entre la memoria y la autobiografía? ¿Son dos formas distintas de remembranza personal?
Son dos maneras de pervertir el pasado, siempre se recuerda en beneficio propio.
“Lo importante suele encontrarse cerca de lo que no parece”. Con Marsé, “aprendí que entre las líneas de una página impresa siempre está lo más importante, es decir, lo que no se cuenta con palabras”.
Insinuar, siempre, mejor que mostrar. Ahí reside el secreto del pase de magia.
Respecto al oficio de editar, requiere un equilibrio entre la valentía y la economía. Gastar con cuidado, dicen los editores…
Hay muchas maneras de perder dinero, pero la más bella es haciendo libros, editando. Una editorial no puede ser un negocio, una editorial es la prolongación del ocio.
Sin olvidar la importancia de los contactos, “la falta de criterio de algunos editores viene dada por su inseguridad; se lo piensan mucho a la hora de publicar. Prefieren que venga de parte de alguien…”. Verdad verdadera…
Así es. Eso es debido a que no abundan los editores ni las editoras, lo que hay es gente que trabaja en las editoriales y eso es otra cosa. Pero un editor o editora de verdad no se lo piensa ante un buen manuscrito, no está pendiente del qué dirán.
Ya me contará, “cómo te pones a hablar con un lienzo, un objeto inanimado, que de pronto va cobrando vida y te dice por dónde tienes que tirar…” ¿Podría prescindir de leer o de escribir?
Podría prescindir de casi todo, pero nunca de leer. Ante todo soy un lector agradecido.
“La metáfora es el átomo que mueve el mundo de cualquier novela”… Por cierto, ¿el estado de salud de la escritura es pelín delicado?
Claro, la gente escribe como si estuviera en el colegio haciendo una redacción sobre la primavera. En ese plan.
A Bolaño le faltaba el calambre de la metáfora, “para él la verdad en la vida y la verdad en la literatura eran dos cosas idénticas”…
En sus novelas parece ser que sí, que identificaba ambas verdades.
Como dice Luis Claramunt, ¿la vida siempre tiene razón?
Y cuando no la tiene, malo, pues aparece la muerte.
Imagen: Lola García Garrido.