Os proponemos un plan cultureta: releed esta novela y, justo después, hacemos una sesión de cine viendo Match Point. Siempre nos quedará Rusia. Su genio es tan actual que Woody Allen no deja de versionar Crimen y castigo, quizá porque en esa novela está todo, la libertad, la conciencia, el triunfo de la razón, la apoteosis nihilista, el dios muerto y el dolor, claro, y también la dulzura de Sonia, que es la misma que hace al mundo soportable.
Si quieres hablar de la condición humana, quieres hablar de Dostoyevski, de su obra y también de su vida, que no es irrelevante la trayectoria del ruso, porque lo conoció todo: el horror, la victoria, el amor y el fracaso.
Compartía la cama y las feroces reprimendas de su padre con un hermano que luego sería su sostén económico. Su madre, dicen que era un ángel, o quizá solo es el contraste con su terrible marido, que murió asesinado por sus propios trabajadores.
De militar a celebrity en los salones de las grandes Duquesas
Fyodor primero fue militar, pero con su primer libro se le abrieron los mejores salones literarios, y jovencísimo se lo disputaban las duquesas de San Petersburgo.
Sin embargo, no iba a tener una carrera tan fácil como se presagiaba, y los mismos críticos que le encumbraron decidieron arrojar al lodo las siguientes novelas, diciendo que se habían equivocado al juzgar su talento. Casi parece una broma cruel.
Dostoyevski se dió a la bebida, a la autocompasión, y a deportes aún más peligrosos, empezando a visitar círculos revolucionarios, cenáculos repletos de ideas radicales: socialismo utópico, anarquía, democracia. Reuniones donde se enumeran las instituciones que hay que destruir: familia, propiedad, ejército, Iglesia.
Pero en la Rusia del zar la subversión estaba mal vista. Lo detuvieron y lo juzgaron, con sus camaradas. Una mañana muy fría, frente a un paredón helado, les comunicaron la sentencia de muerte. Sólo después de unos minutos angustiosos se dignaron leer el indulto, y hay biógrafos que sostienen que a ese episodio traumático hay que achacarle su epilepsia. El perdón no se libraba de cuatro años de trabajos forzados, otra experiencia profunda: el dandy escritor rodeado ahora de criminales y bandidos. Vislumbrando la humanidad enterrada de aquellos presos.
Romántico sin suerte en el amor
Recobró la libertad y se casó. No fue un acierto. Junto al lecho de su esposa moribunda pasó meses enteros, como si así se perdonaran sus desatenciones. Escribió esto a un amigo: «ella me ha amado sin limitación, yo la he amado sin medida, y con todo, no fuimos felices.” Se nota que de joven se había empapado de romanticismo.
Después se escapa de nuevo a la vieja Europa, a la que desprecia por su liberalismo revolucionario, pero donde se deja hipnotizar por la fiebre de la ruleta, y por una aventurera llamada Polina, con quien aderezaba su autodestrucción mientras forjaba su inmortalidad: Los hermanos Karamazov, El jugador, Crimen y castigo… Siempre viviendo de prestado, y eludiendo hasta el final a los acreedores que casi le llevan de nuevo a la cárcel.
Ya no tenía nada que ver con el joven triunfador, pagado de sí mismo; ni con el revolucionario que soñaba con subvertir el orden natural; ni con el presidiario.
Con otro matrimonio, también se aleja del febril jugador de Baden Baden y de Polina.
Demasiado tarde, los círculos conservadores le proclaman su defensor, y abren para él las puertas del palacio del zar. Su genio es tan actual que sus conclusiones todavía silencian a los psicólogos de las películas de Woody Allen: » El mundo solo será salvado por la belleza, y la belleza es Cristo «.