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ACTUALIDAD

Doce meses, doce poemarios

Me gustaría –Dios lo sabe– que me pagaran por escribir muchas reseñas de poesía para, al menos, poder dar noticia de tantos libros que recibo o me encuentro en el camino. Para elogiar tanto talento. No faltará el malicioso que diga «y para dar palos a diestro y siniestro, que te gusta, bribón». Y claro que también, claro que también. Pero, en no teniendo más ocasión, prefiero recomendar lo recomendable e ignorar los libros malogrados o de vergüenza ajena. Ante la duda, lo bueno. Y, si hay tiempo, poner cascabeles a los gatos famélicos.

Este año 2022 ha sido muy interesante en términos de poesía. No todos los premios han recaído en sandeces presentadas en renglones cortitos, y alguna editorial pequeña ha dado un paso adelante con jóvenes o no tan jóvenes promesas. Ya he comentado otras veces que la mejor reseña es la simple transcripción de un poema representativo, pero también añadiré alguna que otra opinión de lector, para explicar la inclusión del poeta en esta nómina (y justificar mi nómina en esta santa casa).

Por favor, aquellos que no se encuentren en esta lista que no me lo tengan en cuenta. No dejen de mandarme libros, de invitarme a presentaciones y de ser mis amigos en Facebook. No hay antipatía ni desprecio en la omisión, sino falta de editores que me paguen por más artículos. O mala memoria mía.

Empecemos.

Raúl Pizarro

¿Y ahora qué? (Renacimiento)

Pizarro es un poeta con alma de haiku. Mira el mundo y nos lo señala en versos límpidos, con una sorprendente mezcla de apretada melancolía minimalista y una esperanza de fondo. Esta esperanza de resquicio estrecho, como si llegara tarde siempre (pero llega), brilla en el detalle más pequeño de su día a día.

El siguiente poema sigue la escuela simbolista de Antonio Machado en su «A un olmo seco». En la realidad exterior ve la imagen de su corazón, como Garcilaso en la Égloga I, por irnos más lejos.

Composición

En un decantador de vino que no uso,

dejé una rama de apio florecida

y unas pocas tulbalghias

cuajadas de color

que me traje del huerto.

Intentaba poner belleza y orden,

algo en lugar de algo,

tras las mil nadas tontas de otro día.

Sutiles embellecen sobre un mueble

dejando sus destellos en la casa.

¿Qué dicen hoy de mí?

¿Habrá unas dulces manos de cristal

que me arranquen,

                               me arreglen,

                                                    me compongan?

Alejandro V. Bellido

La oculta esperanza (Sonámbulos)

Bellido está lleno –se nota– de excelentes influencias, es un joven autor con estudios y buenas lecturas casi todas, y su voz personal hace esfuerzos admirables para abrirse paso a través del impulso epigonal. Cuando esta voz se escucha, tiene fuerza y nos interpela con autenticidad. Línea clara, tono meditativo, capaz de encontrar belleza en la ciudad (Huelva, para más inri) en una tarde cualquiera entre semana.

Aurea mediocritas

Es cierto que los días

en los que brilla más el mundo

son aquellos en los que late firme el sol

en la fina lámina de lluvia

que cubre por entero la ciudad.

Nunca luce más Huelva

que tras lo que parece un naufragio.

Y pienso que es curioso cómo todo

se corresponde, cómo el mundo,

—ese campo de símbolos— de alguna

forma nos habla,

nos interpela,

cifrando entre sus páginas

de atrezo las verdades

comunes a todos los hombres.

Y yo te digo, mundo,

que me importa bien poco la belleza

que en su más alta cima me regalas

y que prefiero

la reiterada luz de Huelva,

—consabida, monótona—,

a ese fulgor, tan breve,

después de la tormenta.

Lorenzo Roal

Última noche (Sonámbulos)

Curiosamente, Roal es el autor reciente que más me ha parecido de la escuela de línea clara autobiografista de Miguel d’Ors (lo mejor de la poesía de la experiencia). Digo «curiosamente» porque tiene Roal momentos de confesionalidad homoerótica que harían fruncir el ceño al gran poeta gallego. Pero no se puede negar: es una escuela reconocible y extensa, que expresa la ternura en los pequeños detalles cotidianos, como en el poema que presento aquí.

Tu ducha

A veces se me agota la paciencia:

ya te he dicho que arregles

la presión de tu ducha, que le cambies

el cabezal, que ya está medio roto,

que compres una alfombra para no resbalarnos.

Todo esto he de soportar

cuando estoy en tu baño y, sin embargo,

tiene también ese jabón que huelo

en tu piel cada día.

No importa que tu ducha sea pequeña

o vieja, porque es tuya

                                      y eso basta.

Mario Vega

Digamos que fue ayer (Sonámbulos)

Vega aúna también culturalismo –pop y del de siempre– y coloquialidad, en la línea d’orsiana que decíamos, con algo más de Luis Alberto de Cuenca en su talante y con una musicalidad sin fallo alguno, sin tropezones. Ahonda así en lo doméstico y diario como cuna del sentido y la belleza.

El instante

Tú consiguiendo urdir el verso exacto

en solo un par de líneas cuando escribes

el WhatsApp que me dice que has salido.

Tú hallando ese sonido que conmueve

y silencia a los pájaros

si te oigo subir las escaleras.

Tú y toda tú, tus leves movimientos

que con poquita cosa

ya ponen a la altura del betún

a Shakira, a Rihanna, a Telezusa

y a todo lo que aspire a la belleza.

Será que estoy idiota, pero dudo

que pueda preferir otro momento.

Sucede que no logro imaginarme

más feliz que al mirarte

lenta, lentísima cruzar la puerta

—así te veo, igual que en una peli

de esas de adolescentes— y advertir

tu sonrisa, ese gesto tan radiante

y humilde cuando llegas y me encuentras

friendo las patatas.

Bárbara Grande

Placebo (Renacimiento)

De los libros más originales, singulares e inclasificables de este año. Sin podernos agarrar al consabido elogio de la forma clásica –alterna el verso libre con una inclinación, incipiente pero creciente, al endecasílabo–, sus imágenes impactan y el ángulo singular en el que coloca la cámara, por así decir, del yo y sus circunstancias, capta nuestra benevolencia desde el primer poema. Autora para seguir la pista en lo sucesivo, que diría un crítico de música indie.

Morse

Ahora te entiendo, amor.

Los años me han abierto los ojos y sigo

tras luces pálidas, intento

no ver el pasado, ya casi nunca te busco

en Google, perdí las fotos, escucho

tus discos atentamente.

Distingo el bajo en las canciones,

toqué Hard to Handle en una banda de rock.

Se asoman

a las ventanillas de mi nuevo coche

los flamencos.

Como entonces,

sin verlos venir o marcharse

sigo buscándote en Dylan y en Nick Cave,

paseos de madera tras

junquillos de flor azul, esperando

que nunca la tristeza

te trate como a mí.

Daniel Fernández Rodríguez

Las nubes se levantan (Pre-Textos)

¿Quién dijo que los buenos sentimientos no podían suscitar poesía valiosa? No todo va a ser llorar. Fernández llega con este libro cuajado de bonhomía a arrojar luz sobre la vida. Hasta el deseo de olvido se enfoca en el siguiente poema con una perspectiva positiva y vital.

A un recuerdo

Te enterraré como a un tesoro

en las arenas del olvido,

junto al pirata del bigote

y aquel cangrejo de Calella,

junto a esos niños tan pecosos

con sus palabras de otros mundos

y los castillos que mi hermano

erguía firmes contra el mar;

pero habrá un día en que de pronto   

te arrancaré de la memoria

sin saber cómo ni por qué,

te arrastraré —como a tus huellas

tras sí las olas— a unos versos

de atardeceres y veranos,

de amores, libros y derrotas,

hasta que al fin ya solo seas,

como el pirata y el cangrejo,

como los niños y castillos,

un mero juego literario.

Diego Vaya

Pulso solar (Visor)

Streaming (Reino de Cordelia)

Del autor de Pulso Solar (Visor), llega este breve libro visionario que es Streaming en el que se explora la realidad de los seres humanos encerrados en sus casas –no en vano se concibió durante la pandemia– mirando la pantalla en que desfila información continua y repetida. El último poema del libro, «Los pasos hacia el lago» tiene la respiración de un Rilke o un Eliot, y demuestra que no todo va a ser poesía de la experiencia cotidiana. Por razones de espacio, comparto aquí un poema diferente al que cito, más simbolista y de la experiencia, también de gran belleza.

Saldo

En la tienda de segunda mano,

entre un viejo reloj de pared, algún mueble

con cajones secretos y ese collar de perlas

falsas que fue el tesoro familiar,

revendían mi infancia.

No era, ni mucho menos, lo más caro

que tenían allí. Me pareció distinta

a como me la habían recordado:

qué sabía yo entonces de la vida antes de echar de menos

las nubes en mis pies, el estuario azul

por donde entraba el sol en mis cabellos,

la ropa rota y remendada luego en un gesto de amor,

la campanada hecha de luz con que mis ojos

aún podían soportar el mundo.

Pero al tocarla fui

como alguien que corriese tras su sombra;

fue como hundir los dedos en el curso de un río

y de pronto acudiesen a mí todos los mares.

Quizás —me oigo decir—

la tienda estaba sola a esa hora.

Lo cierto era que nadie se acercaba a mirar

mi infancia, y si un cliente

alguna vez se interesó por ella,

después pasó de largo o la dejó tirada

por ahí, en un lugar que no era el suyo,

como otra baratija del montón.

Olga Bernad

La vida extrema (Universidad de Alcalá de Henares)

Bernad es una poeta que seduce con su forma penetrante de mirar algunos aspectos laterales de la realidad, tanto en prosa como en verso, y en este poemario sigue emocionando con sus imágenes sugerentes y sus intuiciones frescas e iluminadoras. Poeta de madurez cuyo yo lírico, que acarrea cicatrices para siempre –como todos nosotros– nunca pierda la ilusión y el entusiasmo por la belleza.

De tu muerte

                A mi padre, Rafael Bernad

De tu muerte no quiero aprender nada.

Aprendí de tu vida.

De las pocas certezas que atesoro

hoy por primera vez quisiera olvidar una:

nadie, nunca, jamás

va a volver a mirarme como tú

salvo en sueños.

Jesús Cotta

Digno del barro (Renacimiento)

Gorriones de acera (Pre-Textos)

Cotta es un pequeño Whitman andaluz, un Neruda no hedonista, un pagano que cree en Cristo (que diría Nicolás Gómez Dávila), un celebrador en verso con luz mediterránea. Poeta católico, confesional y de poderoso verbo aquilatado en la cultura clásica, la admiración es su bandera y la alegría no le debilita poéticamente –fenómeno raro donde los halla– sino que resulta fecunda y nutritiva. Por estas cosas de los premios, al igual que Diego Vaya, se le han juntado dos libros excelentes. Comparto aquí un poema del primero de los recomendados, Digno del barro, como muestra de su franciscana visión de la existencia.

Agua

Agua viva,

adolescente novia de transparentes piernas,

custodia de la gracia,

ánima de cristal,

nadadora ingrávida,

corredora feliz

que amó mi desnudez de madrugada.

¡Cuántas estrellas te rompí esa noche

cuando caí sobre tu espalda

y te pusiste a salpicarlo todo

y todo nos acariciaba!

David J. Calzado

Los espinos

Alguna otra vida (Alegoría)

J. Calzado (qué de iniciales tienen estos poetas) ha hecho algo sumamente interesante e infrecuente: tener la humildad de esconder un tesoro en un bosque frondoso. Su mejor libro hasta la fecha es el último que ha escrito, Los espinos, pero no ha sido publicado exento, sino recogido en su poesía completa titulada Alguna otra vida (Alegoría). Edición bellísima en todos sus aspectos, por cierto. Los espinos, desde su mismo título, es cernudiano hasta la médula pero es mucho más, es el libro de un poeta maduro que está en paz con la primera parte de su vida y que mira con serenidad el presente, sin la ansiedad de la ambición que espolea al joven impaciente. El salto de madurez y calidad –calidez– es grande, pero no sin coherencia con el resto de su obra, siempre eufónica en su sonriente elegía, si se me permite acuñar este concepto. Baste como muestra el poema que abre Los espinos.

Brindis funeral por el joven que fui

Aquella manera de dar fuego

a quien me lo pidiera,

la primera calada siempre mía.

En tu muslo dibujo con mi dedo,

desde donde te deja el autobús,

el croquis inexacto hasta mi casa,

un piso compartido con turnos de limpieza

y apuntes por el suelo.

Lunes de filmoteca, vacunas contra el polen,

las ganas de viajar, un café a medianoche,

tres o cuatro lecturas simultáneas,

brindis de alcohol barato, sueños caros.

No os dejéis engañar por la resaca

de la burda nostalgia. Hubo entonces

libros inacabados, multas en bibliotecas,

exámenes suspensos, películas pedantes

y una tos persistente al despertar.

Ni se curó mi alergia, ni volvimos a Roma,

ni encajaron las piezas.

Hoy no fumo, a medianoche duermo,

mis sueños son baratos,

asumo el estornudo, el menor de mis males,

leo y releo sin prisa,

descorcho mejor vino, brindo y viajo

y soy mejor amante.

Descansa en paz, muchacho.

Enrique García-Máiquez

Inclinación de mi estrella (Los Papeles del Sitio)

Verbigracia (La Veleta)

En penúltimo lugar, mencionaré a Enrique García Máiquez, que ha publicado libro este año, Inclinación de mi estrella, incluida al poco en su poesía completa en La Veleta, con el título Verbigracia. Una poesía llena de amor por las palabras, por su entrechocar sonoro en el que saltan chispas, juegos conceptuales y homenajes a maestros, y en la que cabe el amor conyugal y familiar y la piedad religiosa.

Por especial inclinación de un servidor, comparto un poema de Ardua mediocritas, recogido en Verbigracia, que contribuyó no poco a mi amor por la poesía hace años.

Boceto

Por culpa del reloj yo no soy quien yo quiero,

que si fuese por mí yo sería yo, pero

siendo también astrónomo, experto en templos góticos,

fotógrafo, lector de tratados exóticos

sobre la esencia angélica, preciso ajedrecista,

informado informático, filósofo tomista,

jurista minucioso, pescador de bajura,

buen catador de vinos, de cine, de pintura

y diez mil cosas más. Sin tiempo limitado

yo no habría acabado abocado a abogado.

Si antes que un tal poeta mi deseo mayor

había sido ser un joven cantautor,

me resigné a la música callada y, exigente,

procuro hacer sonora mi soledad a la gente.

Así escribo: luchando con idiota agonía

por quienes no existís, lectores de poesía.

Después podrán —lo harán— ciertos encantadores

quitarme la ventura, la fama, los honores,

pero el esfuerzo y el ánimo es imposible

o al menos muy difícil. Ganarle a lo indecible

palabras jubilosas compensa esta condena

a la presión perpetua y a la muerte de pena.

Católico, apostólico, romano y pecador,

sé que el Omnipotente me pudo hacer mejor

y, por tanto, deduzco que sigue un plan conmigo

(que bien podría ser convertirme en testigo

de su inhumana, insólita, cerril misericordia).

Por sembrador de paz, recojo la discordia

de muchos enemigos. Me alegra el ostentarlos

puesto que es presupuesto de mi deber de amarlos.

¿Las mujeres…? No iguala la vida al pensamiento

y yo, tan monogámico, habré incordiado a un ciento,

aunque hubiese querido querer tan sólo a una.

Las bromas del azar, que impone una —o ninguna—

al que desea a todas, para a su vez a quien

no aspira a más que a una condenarlo a un harén.

No obstante, últimamente parece que quizá…

no sé… puede… tal vez… no sé… ya se verá.

Las dudas son de ella. Y eso que yo me callo

y escondo y disimulo y niego cualquier fallo.

¿Que cuál es el peor? Reírme de mí mismo

ya que esa risa encubre un hábil conformismo

que opina, convincente: «Si te haces gracia, para

qué cambiar…» Me despido. La imagen de mi cara

la trazarán mis obras completas y, al final,

veremos si el boceto fue fiel al natural.

Jaime García-Máiquez

Libro de viejo (Los Papeles del Sitio)

Y por último, mencionaremos a su hermano Jaime García-Máiquez, de quien ya comentamos su espléndido libro de este año, Libro de viejo, en la misma editorial que Enrique, y diseño idéntico, publicados ambos como en un juego de hermandad. El mejor de los suyos, desde luego. Dejo un poema aquí, que da muy bien el tono del libro.

La no casa

Nunca tendrás “tu casa”.

No tendrás ese mínimo espacio en el que puedas

decir sólidamente

éste

es mi sitio, éste

mi lugar en la vida, y en mi pequeña historia.

No habrá un portal, un ascensor de ébano

de amarilla luz trémula,

una escalera de peldaños pétreos

y luminosos,

ni una ventana sabia de mirar tantas lluvias,

que tú sepas que es tuya

y de los tuyos.

Tus libros no tendrán su biblioteca.

Tus cuadros sus paredes.

No habrá un patio encantado de silencios,

ni habrá jardín, ni higuera centenaria

ni mucho menos.

Jamás tus hijos, cuando sean mayores,

contemplarán con lágrimas dichosas

docenas de ladrillos apilados

y un balcón a la calle,

que eso al fin y al cabo es una casa.

Tu destino será –ya es- vagar de piso

en piso, malgastando

un mísero alquiler todos los meses,

y sufriendo mudanzas.

                                      Por supuesto que esto

es por culpa de no tener dinero

tan sólo, como todo. Es el destino nómada 

del 16 % de la gente en España.

Cuando muera, y me cambien de tumba siete veces,

setenta veces siete,

por fin mi pobre polvo tendrá una casa: el mundo.

***

¡Feliz lectura!

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