X
ACTUALIDAD

Cosas ocultas desde la fundación del mundo

“Se lee poco a René Girard y eso que el lúcido antropólogo francés nos explicaría perfectamente muchas de las cosas que nos pasan y casi todas las que hacemos”. Lo escribió en su día Enrique García-Maiquez y no se ha escrito esta reseña para llevarle la contraria, antes al contrario. De hecho, quedan en España pocas excusas para no leer a Girard y menos desde la reciente reedición de Cosas ocultas desde la fundación del mundo en la editorial Sígueme, libro publicado por primera vez en la misma editorial en el año 1982, aunque con un título diferente (El misterio de nuestro mundo).

 

 

Hablamos de una obra decisiva en la trayectoria de este inclasificable pensador francés afincado en los Estados Unidos tras la Segunda Guerra Mundial, la que marca la transición entre sus ensayos, primero literarios y después antropológicos, y el esperado abordaje hermenéutico del papel del cristianismo en la teoría mimética por él fundada (o refundada), un nuevo modo de omnívora interpretación de las relaciones humanas que nuestro autor, nacido en Aviñón en 1923 y fallecido en 2016 en París, desarrolló a lo largo de su carrera académica a modo de gigantesco rascacielos teórico. Lo de rascacielos hay que tomarlo casi literalmente, pues rascar el cielo con las uñas más largas y afiladas de la razón y de la ciencia, desafiando no pocos tabúes y dogmas firmemente consolidados en la doxa declinante del Occidente posmoderno, fue su máxima ambición.

La publicación de esta obra en Francia en 1978 suscitará un gran clamor, que traspasará muy rápidamente sus fronteras. Los numerosos artículos, discusiones y entrevistas concedidas por Girard permitieron a una gran parte del público descubrir las teorías sobre el deseo mimético y la violencia. Las polémicas se centraron especialmente en la segunda parte de la obra, dedicada a la Biblia. Sin embargo, con el paso del tiempo y echando la vista atrás, Girard reconoció haber cometido algunos errores de análisis, fundamentalmente en relación con la interpretación del sacrificio en los Evangelios, errores que contribuyeron, paradójicamente, a la difusión y éxito de la obra.

 

 

“La auténtica novedad que contiene este libro es la parte central dedicada al cristianismo. Ahí están expuestas la mayor parte de mis ideas, intercalándose de todos modos dos errores que he rectificado en mis dos libros últimos, ‘Veo a Satán caer como el relámpago’ y ‘Aquel por el que llega el escándalo’. El primer error consistía en rechazar el término ‘sacrificio’ en relación al cristianismo. El segundo fue el de haber eliminado absurdamente del texto la Epístola a los Hebreos, por una cabezonería que, en un momento dado, se me metió entre ceja y ceja. […]. Y lo más curioso es que esta estúpida eliminación, esta enorme tontería mía, contribuyó paradójicamente al éxito del libro. Fue así porque me consideraron alguien utilizable para la propaganda anticristiana, que es algo que jamás descansa”.

Un pensador-acontecimiento

“Hay pensadores que adquieren la categoría de acontecimiento porque después de ellos la manera de pensar se transforma radicalmente”, escribió Francesc Torralba. Pocas formas hay más indicadas de presentar el pensamiento de René Girard. Desde los años noventa, discípulos y estudiosos de su obra organizan coloquios en universidades de todo el mundo sobre las distintas vertientes de su teoría. No es exagerado, pues, hablar de una escuela de René Girard, aunque esta se haya desarrollado sin popes, anatemas ni ortodoxias tan del gusto de ciertas aficiones sectarias que proliferan en esta época nuestra de maniqueísmo moral. Aunque para sus devotos Girard represente nada menos que uno de los grandes avances del pensamiento del último medio siglo, su indisimulado intento de rehabilitar intelectualmente al cristianismo lo desacredita para sus detractores. Y ese intento se manifestó por primera vez en Cosas ocultas desde la fundación del mundo, obra que, no solo por ese motivo, constituye un magnífico modo de iniciarse en el estudio de nuestro autor. En forma de diálogo con los neuropsiquiatras Jean-Michel Oughourlian (su hijo Joseph es, desde 2019, presidente del consejo de administración del otrora hegemónico emporio mediático PRISA) y Guy Lefort, Girard expone, por vez primera en su dilatado itinerario intelectual, el recorrido general de su interpretación antropológica y sociocultural. 

Técnicamente hablando Girard no fue un historiador ni tampoco un filósofo. La literatura y la etnología constituyeron sus principales armas dialécticas. Puede parecer escaso bagaje para la magnitud de su empresa teórica, pues Girard entendía que la teoría mimética por él fundada podía aspirar al estatuto de las hipótesis que alcanzan la verificación científica. A contracorriente de la hermenéutica autorreferencial, solipsista y claustrofóbica, Girard se atrevía a proclamar la verdad de un texto que remite siempre a una realidad exterior y que se puede recuperar a través de él. Para lograrlo basta el esfuerzo de releer atentamente los grandes textos de nuestra tradición literaria, los mitos fundadores de nuestra civilización y, por encima de todos ellos, la Biblia. “Es ciertamente– escribió en cierta ocasión- la voz mal conocida de lo real la que, durante toda mi vida, me he esforzado en escuchar y transcribir. Estas palabras dicen tan bien lo que he querido hacer que me obligan a preguntarme si verdaderamente lo he hecho”.

Quien fuera profesor de Stanford llevó hasta sus últimas consecuencias una afirmación de Aristóteles contenida en su Poética«El hombre se diferencia de los demás animales en que es el ser que más tiende a imitar» (48b, 6-7). En lugar de tirar por la borda el concepto de mimetismo, como se ha promovido en casi toda la cultura moderna y contemporánea, René Girard devolvió a la imitación su significado más amplio, tanto antropológico como social. Decía Girard que nuestro deseo surge siempre de la imitación del deseo de otro, tomado como modelo. Afirmaba que si la sociedad misma no logra introducir una cierta jerarquización entre el sujeto que desea y sus modelos, la imitación tiende entonces a volverse antagonista. Sostenía que la consecuencia de esta “rivalidad mimética” es un conflicto potencial entre el modelo y el sujeto de cara a obtener un objeto común de deseo, objeto que pierde su importancia al mismo tiempo que la rivalidad se intensifica. Esta hipótesis, bastante sencilla en el fondo y ajena, sobre todo, a las sofisticaciones de la prestidigitación intelectual, no solo permite estructurar las dinámicas de las interacciones humanas sino que también ensancha nuestra visión para pensar en toda su radicalidad la posibilidad misma del nacimiento de la cultura a partir del contagio de la violencia y de su carácter social fundador. 

Maestro cristiano de la sospecha

Girard fue capaz de invertir el sentido de la desconfianza que Marx, Nietzsche y Freud (el triángulo de la sospecha) habían dirigido contra nuestra tradición religiosa. Girard entendía que el pensamiento europeo del XIX y XX había sido esencialmente anticristiano. Reasumiendo el pensamiento griego y los mitos (Dioniso para Nietzsche, Prometeo para Marx, Edipo para Freud) pero rechazando la revelación bíblica, instauraron una forma mentis difícil de erradicar, no solo de nuestro modo ideológico de pensamiento sino de nuestra misma condición como “hijos terribles de la Edad Moderna”, en expresión de Sloterdijk. En cierta forma, el titánico esfuerzo de la obra girardiana es solidario de la labor desmistificadora de los maestros de la sospecha. De hecho, el pensamiento de René Girard se presenta a sí mismo en la estela del movimiento crítico contemporáneo. “Se define -en palabras de Christine Orsini– como la culminación lógica de los grandes pensamientos ateos del siglo XIX”. Sin embargo, en contra de esa anticomanía que pretende demoler mitos y leyendas resucitando el Logos de Heráclito, Girard ha mostrado que solo la Biblia ha logrado conocer verdaderamente esas “cosas ocultas desde la fundación del mundo” (Mt 13:35), es decir, el origen y el peligro de la violencia. Consciente de su presencia siempre amenazante, el Logos evangélico de San Juan ha buscado superarla, ya que no erradicarla (como pretende ingenuamente el irenismo contemporáneo) abriendo así propiamente el tiempo de la historia y un futuro para la humanidad. Lo acaba de recordar recientemente el brillante estudio dedicado a la historia de la compasión del catedrático de historia medieval Alejandro Rodríguez de la Peña, en el que destacan las referencias a Girard. A juicio del aviñonés, la verdadera antropología es la cristiana y sólo en ella caben los diversos elementos de la realidad. En este punto preciso, resuenan las palabras de Simone Weil: “La Cruz no es solamente el saber sobre Dios, sino en primer lugar un saber sobre el hombre”.

La idea del deseo mimético aterrizó en la inteligencia de nuestro autor tras la lectura atenta de los grandes novelistas. En Mentira romántica, verdad novelesca Girard describía la pendiente histórica del deseo en la civilización moderna mediante agudos paralelismos entre la vanidad en Stendhal, el esnobismo en Proust y la idolatría envenenada en Dostoievski. Naturalmente, también desfilan a lo largo de sus páginas personajes como Emma Bovary y nuestro Quijote.

 

Parecen escucharse los ecos del Resentimiento en la moral de Max Scheler y, de hecho, la obra se abre con el apotegma del malogrado filósofo alemán: “El hombre necesita o un Dios o un ídolo”. En ese mismo sentido, la crestomatía propuesta por Girard disecciona las metamorfosis de aquello que Stendhal llamaba los sentimientos modernos, “la envidia, los celos y el odio impotente”. A medida que la rebelión antigenealógica occidental (descrita, entre nosotros, por filósofos de la talla de Higinio Marín o el ya citado Peter Sloterdijk) avanzaba, y que la igualación de condiciones formulada por Alexis de Tocqueville progresaba, se pasaba, en el vocabulario de Girard, de la mediación externa a la mediación interna, es decir, del Homo Hierchicus al Homo Aequalis, por expresarlo en los términos de Louis Dumont. Este lento proceso de construcción sociohistórica de lo humano implicaba una extensión y una agravación de las patologías emulativas del deseo, las que Girard asociaba a la rivalidad mimética. Pensar el mimetismo equivale, en último término, a pensar la condición humana. Sin embargo, Girard no se conformó con dedicarse en exclusiva a la literatura y decidió explorar las posibilidades de su teoría, más hondo, más lejos, en las profundidades de la invención de lo humano y en los orígenes de la cultura. 

“Después de haber escrito ‘Mentira romántica, verdad novelesca’ tenía curiosidad por saber si este deseo era verdaderamente universal, si se pueden localizar huellas suyas en todas las culturas no occidentales y en las culturas arcaicas. Me puse a leer entonces a los clásicos de la etnología. Estaba literalmente sumergido en los descubrimientos miméticos y no sabía cómo clasificar mis notas. Me fueron necesarios casi diez años para formular la tesis del asesinato colectivo, de la violencia colectiva. Ese fue uno de los mejores momentos de mi vida intelectual y conservo de él un recuerdo extraordinario. Tenía la constante impresión de estar descubriendo lo nunca dicho, sin saber cómo decirlo”

Ciertos artículos de transición entre el Girard “crítico literario” y el Girard “antropólogo” pueden ser considerados los precursores directos de La violencia y lo sagrado, que será publicada en 1972 en la editorial Grasset. Con esta obra el eje cronológico del discurso se desplazaba desde la era moderna a ese mundo de la consciencia humana que Lévy-Bruhl llamó la mentalidad primitiva y que otros grandes pensadores como Jean Gebser estudiaron con minuciosidad y detenimiento. Las tesis de Girard empezaron, por aquel entonces, a provocar una cierta polémica. Sin embargo, el trabajo fue recibido con entusiasmo por el periódico Le Monde. El sociólogo polaco Georges-Hubert de Radkowski le dedicó una reseña elogiosa, afirmando que se trataba de una inmensa obra intelectual, “la primera teoría de la violencia y lo sagrado auténticamente atea”. Llamativa descripción de la obra de un autor que con el paso de los años se convertiría, en palabras de Xabier Pikaza, en “el más significativo de los conversos cristianos del siglo XX”. En cualquier caso, el Girard de La violencia y lo sagrado se reservaba todavía sus ideas sobre el papel del cristianismo en relación con la violencia y el sacrificio, y ese silencio, así como su decidida voluntad de permanecer en la órbita inatacablemente científica antes mencionada, explican seguramente el malentendido. 

“Si no hablé del texto cristiano en ‘La violencia y lo sagrado’ es porque bastaba con evocarlo para persuadir a la mayor parte de los lectores de que me entregaba a un trabajo de apologética particularmente hipócrita. […]. Creía que el mejor modo de convencer a los lectores era no hacer trampa con mi propia experiencia y reproducir los momentos sucesivos en dos obras separadas, una que tratara sobre el universo de la violencia sagrada, la otra sobre lo judeocristiano”

Güelfo entre los gibelinos, gibelino entre los güelfos

Se puede decir que el Girard de La violencia y lo sagrado era todavía un Girard apto para todos los públicos, un Girard que calentaba motores antes del último salto. Y este llegará precisamente con Cosas ocultas desde la fundación del mundo. Una apología del cristianismo con munición científica en la última curva del siglo XXI, un verdadero género de terror para los medios secularistas y laicistas. Una obra sobre la interpretación cristiana de la violencia en forma de diálogo-entrevista con dos psiquiatras reconocidos. Un proyecto a primera vista descabellado pero no tanto a juzgar por sus resultados. Oughourlian, director del Hospital americano en París, debió de quedar convencido de la potencia científica de la teoría mimética, pues desde entonces casi toda su bibliografía científica se ha centrado en desarrollar las ideas de Girard en el terreno de la psicología y la psiquiatría.

La búsqueda de una garantía que reside precisamente en el Logos cristiano provocó una perplejidad generalizada, a nivel epistemológico, en el mainstream cultural. Se le objetaba, por un lado, aplicar el rigor propio de las ciencias matemáticas y, por otro, el presunto carácter reduccionista de su edificio intelectual. En una época en que las ciencias representan un saber compartimentado, decir que desconcierta una obra generalista, que pretende ofrecer un único principio sociogenético universalmente válido, es decir poco. El estatuto de un discurso como el girardiano, que se desplaza sobre ámbitos del saber cada vez más separados como producto del autismo epistemológico, suscitó ásperas reacciones: “¿Se puede hablar al mismo nivel de un texto literario, de un mito, de un hecho etnológico y de una teoría? – se preguntaba un crítico de la revista francesa Esprit- […] ¿Cuál es el estatus de un discurso científico? ¿De dónde viene? A un problema en etnología, se le responde a través de la literatura; para un problema de literatura, se le responde con los presocráticos, etcétera”. Así, antes del escándalo por la alianza entre ciencia y cristianismo que definirá la trayectoria del último Girard, una airada protesta por su mirada abarcadora y desafiante frente al feudalismo gnoseológico. “Especie de güelfo entre los gibelinos y de gibelino entre los güelfos, […], [Girard] era – según el filósofo francés Damien Le Guay– a la vez discípulo de Durkheim y se inscribe en el linaje de Pascal. Postura insostenible donde las haya. En el campo de los religiosos es demasiado durkheimiano; en el campo de los sociólogos, demasiado religioso. […]. Entonces es un Durkheim pascaliano -lo que equivale a un oxímoron intelectual”.

Dos lúcidas intervenciones constituyen ejemplos emblemáticos de la atracción y rechazo, seducción y repudio que suscita la obra del pensador francés. Para Jean Onimus

“El pensamiento de Girard es terriblemente cautivador; a poco que penetremos en él, el sistema se cierra sobre nosotros y parece ofrecer respuesta a todo: relaciones interpersonales, literatura, etnología, economía, política […]. Su obra fascina. Desafía las ideas recibidas, exaspera a los especialistas de cualquier campo que no están dispuestos a replantearse lo que saben; molesta porque es inclasificable; resbala en las raíces de las ideologías y las destierra; parece en cada momento insolentemente reaccionaria y fabulosamente progresista, porque concluye recordándonos el reino de paz y amor que nos espera”

 En el cuarto volumen de Teodramática, dedicado a la historia de la soteriología, el eminente teólogo suizo Hans Urs von Balthasar analizaba la teoría de Girard. Sus palabras describen bien a las claras la magnitud del terremoto teórico que su obra suponía: 

 

 

“El proyecto de Girard es con seguridad el que se nos presenta hoy con un mayor dramatismo en la soteriología y, en general, en la misma teología. Procura buscar la fundamentación de la historia del mundo y de todos los valores culturales a partir de una primera tragedia abierta que encuentra en el trágico rechazo de Cristo su punto culminante, a la vez que el momento de su desenlace”.  

Jean-Marie Domenach le llamó el “Hegel del cristianismo”. El historiador Pierre Chaunu, “Albert Einstein de las ciencias humanas”. Michel Serres, el “Darwin de la cultura”. Podría parecer exagerado pero de Girard también dijo Paul Ricoeur: Será de la misma importancia para el siglo XXI que Marx o Freud para el XX”. Un pronóstico, casi una profecía, pendiente de confirmación. De lo que no cabe duda es de que la sombra de Girard seguirá habitando nuestro tiempo misteriosamente, no como tantos fantasmas con guadaña que lo asaltaron con sus misas negras, sino a modo de presencia iluminadora a la que regresar como a una brújula para comprender y comprendernos.

También te puede interesar