A veces no necesito saber nada más que quién ha ilustrado un libro para quererlo. Ni de qué va, ni quién lo escribe y casi diría que ni cuánto cuesta –aunque me temo que esa parte aún la tengo que mirar–. La mayoría son ilustradores con los que he crecido y a los que les he llegado a tener tanto cariño porque los veo casi como alguien de la familia. Otros son más nuevos pero me despiertan la misma sensación de calidez con sus dibujos. Mis gustos no son muy modernos y el rollo feísta me produce un rechazo automático, por bien ejecutado que esté. No disfruto asomándome al abismo por deporte –ya me encuentro ahí sentada más de lo que me gustaría, balanceando los pies, sin ayuda de nadie–, y aunque es verdad que hay excepciones y que la oscuridad tiene a veces un atractivo innegable, en general prefiero lo luminoso. Me gusta mucho rodearme de cosas bonitas y me encanta la gente que cultiva el arte de hacer de su vida algo agradable sin complicarse, de una forma natural, porque creo que este tipo de actitud acaba reflejándose en la existencia de las personas que tienen alrededor, y mejorándola. Yo diría que las ilustraciones forman parte de esas cosas sencillas que contribuyen más de lo que parece a nuestro estado de ánimo sin que apenas nos demos cuenta, y por eso me gusta especialmente que sean ingeniosas, delicadas o divertidas, pero que tengan un punto positivo. Y así como hay ciertos escritores que me acompañan siempre porque le ponen palabras a aquello que yo no llego más que a intuir, creo que lo mismo puede decirse de los ilustradores cuando nos muestran un modo de entender la vida a través de sus dibujos. Aquí va una lista de mis favoritos en la que no hay grandes sorpresas –esas las dejamos para la siguiente–.
Sempé
Siempre que me imagino una historia la veo ilustrada por Sempé. No me pueden gustar más esos niñitos que se pasean peinados con la raya al lado y la mochila a la espalda en medio de la inmensidad de la ciudad sin ningún problema, pensando en sus cosas, mientras a su alrededor todo es enorme pero no abrumador. Además, no sé si hay alguien que dibuje las estaciones del año mejor que Sempé. Es ver una de sus ilustraciones de otoño y sentir el viento fresco en las mejillas, la bufanda ondeando a mi espalda, el crujido de las hojas secas bajo mis pies. Qué sensación de paz, qué ganas de viajar, qué forma de imaginar otras vidas. Y esas infancias tan fantásticas, en grupo o en solitario. Qué niños.
Quentin Blake
Quentin Blake es Roald Dahl, claro, pero es tanto más –que ya es decir–. Qué divertidas son sus ilustraciones, qué enloquecidas, qué capacidad para levantar cualquier historia y qué caos tan alegre es capaz de crear en minuto y medio. No creo que haya nadie mejor en quien podamos fijarnos si queremos dibujar por puro disfrute, sin estar pendientes de que salga todo perfecto. Vistos con lupa los dibujos de Blake parecen un relío de líneas, pero en cuanto te alejas un poco la sensación general de vida y de movimiento es fantástica. Yo veo un libro de Quentin Blake y me tiro de cabeza, no pienso mucho más. Qué suerte que le esté dando tiempo a ilustrar tantísimo, da mucha alegría cuando alguien que te encanta sigue cumpliendo años sin dejar de trabajar mucho y bien.
Quino
Aquí llegué a través de Mafalda, como tantos otros. Qué buen criterio plantarse a los diez números, por cierto, es difícil saber cuándo parar pero Quino y Bill Watterson tienen eso en común. Desemboqué en el resto de sus viñetas forma natural, y cuánto las he disfrutado, qué vista para dar en el clavo. Tenía una gran habilidad para dibujar tan bien los distintos tipos de personas y que entendiéramos de un vistazo la vida entera del personaje que teníamos delante: esos señores apocados con las señoronas del brazo, los enfadados, los tímidos, los derrotados, los triunfadores…
Mordillo
Me crié con las ilustraciones de un calendario de Mordillo de los años 70 en las paredes del cuarto nuestro cuarto de baño. Estaban los campos de fútbol imposibles y las señoras de delanteras generosísimas y posaderas estupendas, invariablemente desnudas, que, una de dos, distraían a los jugadores de los goles o eran raptadas para historias que no siempre acababan en amor eterno. A mí me hacían mucha gracia y me chiflaban los colores que usaba el dibujante argentino. Me entraban ganas de colarme en sus selvas tropicales, tan exuberantes como llenas de peligros –para cazadores, fundamentalmente–, con esos animales de ojos saltones y colores tan antojables y tan fantásticos. Es una pena que casi todo lo suyo esté descatalogado.
Ximena Maier
Aquí van a pensar que barro para casa porque es amiga mía y porque he publicado muchísimos libros con ella, pero a ver si se creen que los libros los hacíamos juntas por que nos caíamos bien. Cuando pensamos en las cosas que hacen falta para ilustrar, la mayoría nos quedamos con que tenga buena mano para dibujar y poco más. Pero un buen ilustrador tiene una serie de cualidades que lo separan del resto y que seguramente no se nos ocurrirían a la primera. Porque los dibujos de Ximena, por ejemplo, son alegres y limpios y muy bonitos, pero lo que los hace tan buenos, en mi opinión, es lo que tienen detrás; es decir, ella. Lista y curiosa como una liebre, Ximena tiene algo que no abunda: buen gusto y un sentido del humor que, más que trasladar al dibujo, se le escapa. Además, dibuja todos los días y lo disfruta, y esas cosas se notan.