Decía Sánchez Bautista que si algo deseaba sobre su obra, si merecía eso que llaman posteridad, es que siguiera viva porque alguien la recitara, “uno nunca sabe lo que ha de pasar con su obra cuando muera. Lo que sí me gustaría es que alguien siempre leyera algún verso, bien en familia, bien algún amigo, algún curioso que acudiera a la biblioteca y dijera “bueno, este poeta que estuvo por aquí y aparece en este libro merece que lo lea…”. Sólo el paisaje sobrevive al hombre. Octubre se despidió lluvioso, cosa extraña en Murcia, como entre lágrimas, como si percibiera que habíamos perdido a otro poeta. Permanezcan, pues, estos versos como la tierra que él tanto amó aunque pasen generaciones y generaciones: “Pronto, octubre, / acortará los días, y mis ojos / han de buscar las ácidas manzanas, / los ásperos membrillos y los dátiles, / estas tardes de otoño, cuando llega / de nuestro mar un aire húmedo y denso / con promesas de lluvias deseadas. Paisaje físico, paisaje humano; tierra y hombre”
Un humanista de los de antes, un clásico en la poesía y en la vida
Poeta, narrador, ensayista y articulista: “Soy Francisco Sánchez Bautista, y nací el día 11 de junio de 1925 por la mañana. Era el día del Corpus Christi. Nací en la casa que teníamos en la huerta…”, así se presenta en del libro-DVD Francisco Sánchez Bautista. Memorias desde la Arcadia, obra del profesor José Antonio Postigo. Porque Murcia es región de talentos, aunque el cazurro grite más, aunque trascienda mucho antes la diablura del mentecato, como escribe Manuel Madrid. Si nos atenemos a aquello de que el origen de la belleza artística no está en una necesidad estética sino en la necesidad de mantenerte despierto, estamos ante más de sesenta años dedicados a la escritura sin más accesorio que la palabra contundente, con la altura lírica que sólo los verdaderos poetas saben plasmar sobre el papel. Sencilla, cotidiana y reflexiva, así convive su obra con su mirada siempre fija en el paisaje amado: la huerta y el secano. Una poesía que él define como “humana”: “Yo no he hecho poesía social -explicaba-; eso es una demagogia. Hago poesía humana porque es necesario que el escritor esté en el mundo, hablar de las necesidades de las personas”. Un sentimiento que cree que empezó a nacer en la escuela, leyendo las fábulas de Samaniego e Iriarte. “Me llamaron la atención esos versos en fila, la música que tenían…” Y así fue hasta el momento de su muerte. Con 96 años siguió el vate murciano atrapado y enamorado de este arte, un arte que para él era “una necesidad, algo que se lleva dentro”.
Una huerta irrepetible de agua limpia y bancales en los que aún se sembraba trigo
Sigo coincidiendo con aquello de Simone de Beauvoir en La vejez que al irse aproximando, “por lo común se prefiere la vejez a la muerte. Sin embargo, a distancia, consideramos con más lucidez a esta última”. Y con esa lucidez extraordinaria el poeta encontró en su diálogo con los clásicos los grandes problemas del hombre: el tiempo, el presente, los valores morales, la supervivencia de los humildes, el sentimiento estético del paisaje de la mano de Anacreonte, Hesíodo, Virgilio, Horacio… El aire nuestro, que diría Jorge Guillen, como pan nuestro de cada día. “Y por generoso don del cielo asimila y digiere mentalmente estas lecturas, tantas veces referidas a la agricultura y ganadería que él vive intensamente. ¡Qué alto acompañamiento!” recuerda Diego Ruiz Marín. En Memoria de una Arcadia ya anunciaba su amor a la naturaleza, “venía del colegio y, claro, a trabajar en la huerta. Muchas veces hasta faltábamos a la escuela…”. Pero, qué goce “cuando entonces estaba el agua limpia, había peces, había mariposas, en los bancales aún se sembraba trigo, había muchísimos árboles a las orillas de los cauces, que los llamábamos quijeros; había olmos, álamos, fresnos, y un poco de cañaveral al principio; había parras unidas a los chopos y había muchas cigarras en el verano, y ruiseñores que nos cantaban a la madrugada…”. Un paraíso. “Ha sido testigo de una huerta irrepetible, de un paisaje poblado por hilos de agua cantarina camino a los terrenos de riego. Fue testigo de cañares, de peces, de ranas y libélulas, y de una vegetación exuberante difícilmente imaginable hoy: olmos, plataneros, chopos, fresnos poblaban nuestra huerta conformando un paisaje que sólo permanece ya en el recuerdo de unos pocos…”
Su trayectoria fue larga y evolutiva. De la poesía social y más elegíaca para, a continuación, más ética llegando a la satírica y más divertida con sus “pajaricos”. Divertidísima su Pajarodia, (Real Academia Alfonso X el Sabio), satírica fábula de pajaritos ¡pero qué pajaritos! “Mi oficio sabe a pájaro, / sabe mi oficio a acequia rehenchida, / a río grande, a mar, a monte, a cielo. / A veces sabe a fruta, / a jugo, a almíbar / casi a punto de boca, / a fresco manantial de agua vivísima, / a tallo tierno cuando abril se empeña / en ser el mes más joven de la vida”. Trayectoria que concluye con esa coda amorosa dedicada al recuerdo de Teresa, su mujer, Rondó caprichoso tras la cita inicial de Quevedo “Triunfará del olvido tu hermosura…/ Por la magia del verso que te glosa… / ¿Fue tan bella -diría alguna envidiosa- como dice el poeta en su escritura? / Ni grande ni pequeña de estatura; proporcionada en toda y cada cosa. / Jamás le faltó su ángel; fue graciosa / desde niña hasta anciana su figura. / Y sus ojos melosos de ciruela / y su boca de guinda apresurada / y su pelo briznado de canela. / Y su acento de tórtola encelada / y su andar agraciado de gacela / me tendieron de amor esta emboscada”. Qué belleza…
“El tiempo es más poderoso que cualquier gesto de vanidad…”
Este cuerpo de 96 años, que parece que ha albergado tanta historia y tanta poesía como un árbol de 1.000 años reforzado con un inconformismo nato y alimentado por una serie de tempranas contrariedades, tenía claro que “la vanidad no sirve para nada. El tiempo es más poderoso que cualquier gesto de vanidad, de orgullo”, aseguraba a Antonio Arco. Si hay una lección que nos deja Sánchez Bautista sobre cómo entendía su poesía ésta era fuera de toda vanidad como refleja aquella conversación con miembros de la Universidad al ofrecerle merecido homenaje: “¿Puedo pedir algo a cambio? Yo prefiero que se edite mi poesía completa”. Porque Sánchez Bautista si algún orgullo tenía era por su trabajo, él era muy machadiano en ese sentido, “a mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta…”; era sólido, organizado, serio, muy laborioso. Y la Universidad lo reconoció. Desde la entrega de la Insignia de Oro de la Facultad de Letras de Murcia hasta José Perona, el recordado catedrático maestro d,l4ee Gramática, tristemente desaparecido, que no era precisamente de trámites académicos sin más, y no dudó un segundo en recomendar para la Universidad “la antología de la poesía de Paco desde el año 1957 a 1990” que hoy disfrutamos.
Dueño de un lenguaje propio tan alejado de alharacas
Y así son testigo las numerosas menciones sobre su trayectoria de nombres destacadísimos, estudiosos de su obra, además del profesor Diez de Revenga, como Cárceles Alemán, Sobejano Esteve, Cano Ballesta, Clementson, Díaz Martínez, Barceló Jiménez, Marini Palmieri, Díaz de Castro, Miguel Espinosa… como su trascendencia exterior con traducciones a otros idiomas. El poeta del paisaje y de la naturaleza con un lenguaje propio, como Azorín, muy listo, captó: “Dueño de su vocabulario compenetrado con la tierra, con la naturaleza”. La meta de todo poeta, ser dueños de su voz, tan alejado de alharacas extrañas, riquísimo, como dejó apuntado José Muñoz Garrigós. Estaba muy orgulloso también del reconocimiento por parte de Valbuena Prat en la Historia de la Literatura “con acierto de sátira digno de Juvenal o de Quevedo es de una sinceridad sin eufemismos; el dolor brota de la vida y de su observación”. Y palabras tan llamativas como las de Miguel Espinosa, “la fórmula que encierra la obra de Sánchez Bautista es la mítica relación entre cielo y tierra. Quien no quiera utilizar la palabra cielo que use la palabra misterio y el que no quiera usar la palabra tierra puede usar la palabra hombre… una relación entre padre-cielo madre-tierra… que mueve toda poesía y filosofía”.
Francisco Sánchez Bautista alimentaba entre sus pasiones la lectura de la Biblia, sin ser un poeta religioso, aunque nombrara a Dios y anhelara su existencia “uno de los libros que he leído siempre con más placer”, con textos y biografías de autores como Epicúreo, quien “amaba la vida y tenía una gran confianza en la amistad”. Su alma es del Mediterráneo, de Murcia, de la naturaleza. Canta a la familia, a los compañeros perdidos y a los desamparados. Tal vez leer a los clásicos le invitaba a embarcarse en sus particulares naufragios divirtiéndole entrar en ciertas batallas que consideraba hermosas, aún a riesgo de perderlas, porque su origen era su gozo y su destino, intentando darle a cada uno de sus poemas su punta de calambre, su justa desobediencia, contra guerras, desastres, muertes. Elegía del sureste es un libro que estremece, la guerra vista desde el dolor de las familias.
Elegía del Sureste, la mejor elegía colectiva de nuestro siglo en lengua castellana
“Fortuna es la cuna de mi poesía”. Sí, Fortuna vio crecer a Paco el cartero (era funcionario del Cuerpo de Correos y Telégrafos) dándose a conocer en 1957 con Tierras de sol y de angustia que vio publicado en Barcelona y allí escribió también Primeras trovas, Voz y latido y posteriormente Cartas y testimonios y A modo de glosa. Y seguirían otros títulos que, hasta su Obra poética, presentada en 1982, han marcado etapas como su Elegía del Sureste, “a mi entender la mejor elegía colectiva de nuestro siglo, en lengua castellana, si se exceptúa la póstuma de César Vallejo”, aseguraba Valbuena Prat. “Es poeta más enjuto que Hernández, menos recoleto que Antonio Machado y nada oratorio a la manera del León Felipe posterior a sus versos y oraciones de caminante. Muy afín es, en cambio, a César Vallejo”
Y valga, pues, como despedida la palabra de Gonzalo Sobejano, “y así nos encontramos en Murcia en un día de octubre, y todos queremos abrazar a Francisco Sánchez Bautista como él viene abrazándonos desde hace largos años en todos sus poemas, terminaré leyendo este soneto de otoñal y cordial resonancia: Agradable de sol y de tibieza / llega octubre; oloroso de manzanas./ Llovizna en la ciudad; suenan campanas / en las torres de Murcia; despereza / de su letargo el río; Murcia empieza / a bullir en sus calles; las mañanas / ya refrescan; las tardes son livianas y nos ganan al fin por su pereza./ Un café. La Glorieta. Rinconadas / donde el sol se remansa, alivia, dora / el cansancio habitual de las jornadas. / Grata Murcia de luz consoladora, / dulce clima que animas las cansadas / horas que la existencia nos devora. El otoño, Razón de lo cotidiano
Vuelan las palabras de afecto, las lágrimas a toda una vida y podemos repetir con el Eclesiastés lo de “muere un hombre y nace un hombre; y pasan las generaciones, pero la tierra permanece”.
Como Virgilio, a quien dedicó, agradecido: “Os anuncio que ahora es un espíritu / tan leve como invicto, el que se acerca / esta tarde de otoño a visitarme / con un tierno mensaje inmarcesible / cuando el paisaje se desnuda, lento, / de su fronda caduca y enfermiza…”