Digan lo que digan la astronomía y el calendario, el verano comienza oficialmente cuando se llenan las piscinas en los chalés y las urbanizaciones. Eso es así. Es necesaria esa sensación de displicencia que se siente al estirar la toalla, bañarse de sol y mojarse los pies, con un libro en la mano, olvidando el móvil, los atascos, la factura de la luz y al jefe, para entrar en la estación de Apolo. El deseo ausente de tener el cuerpo en remojo es signo de que la primavera sigue entre nosotros. Ya puede haber quedado atrás el solsticio desde hace días, pero, si sigue lloviendo y en el agua no se reflejan trajes de baño y bikinis, por mucho que nos empeñemos, todavía no ha empezado la mejor época del año. Eso sí, una vez llega… Qué relajación, qué placer, qué sencillo momento de felicidad estar un rato en la piscina. O, si uno no es aficionado al invento, saber que ya tiene la posibilidad de dar cualquier día la sorpresa y lucir tipo en el bordillo. Para este gran momento del año, que a algunos ya les ha llegado y a otros se les acerca, les dejamos algunos libros que pueden convertirse en los compañeros perfectos de la crema solar y el cloro. Porque, entre chapuzón y chapuzón, también se lee.
¿Dónde vamos a bailar esta noche? de Javier Aznar
Si los libros pudieran compararse a los alimentos, el primero de Javier Aznar (durante muchos años de anonimato al que nos sometió en Elle, simplemente El Guardián) podría ser ese helado que te trae la fiesta al paladar cuando el calor está a punto, a punto, de dejar de ser agradable para empezar a convertirse en agobiante. Como en todo en la vida, hay muchas maneras de estar en la piscina. Y, en nuestra opinión, la estampa mejora sin duda cuando el bañista sabe sujetar con arte, sin manchas ni churretes, el palillo de un almendrado o un Calippo. Con “¿Dónde vamos a bailar esta noche?” pasa lo mismo: quien lo lee sabrá, seguramente, comportarse en un ambiente veraniego o estará en condiciones de hacerlo en un futuro próximo. Porque, si algo caracteriza a Aznar, es su estilo sencillo y refrescante, capaz de sacar una sonrisa tras otra sin resultar cargante ni cansino. Esa fina ironía, lejos del chiste fácil y simplón, es muy agradecida y da oxígeno a las neuronas, tan machacadas por los baches del curso y necesitadas de fresquito. Y aquí está este libro, editado por Círculo de Tiza, para relajarlas. A lo largo de breves capítulos, el autor nos cuenta, sin pretensiones pero con un gran dominio de la narración, anécdotas y sucesos llenos de referencias a la cultura popular de los ochenta en adelante y que provocan casi tanta diversión como nostalgia: “yo siempre fui de Coca-Cola normal. La Coca-Cola Light era la novedad por aquel entonces y lo que bebían las chicas de COU, con sus carpetas forradas con algún cantante de moda de peinado ridículo. Había también Fanta limón y Fanta naranja, que era lo que bebían los originales. Y luego, más tarde, apareció una bebida rara llamada Aquarius, que por su precio desorbitado (125-140 pelas) debía ser zumo de langosta. Un lujo fuera de mi alcance reservado únicamente para momentos especiales, como el Magnum blanco, que era el Aston Martin de los helados para esos niños que crecimos a base de Colajets, Popeyes y otros infames trozos de hielo con colorante”. Háganse un favor este verano e incluyan este libro de Aznar, de quien Gistau dijo que tiene “para narrar lo mundano, la gracia de Capote”, en su kit de baño.
El tiempo regalado de Andrea Köhler
La piscina también puede ser un momento de reflexión, si es que eso nos distrae. Hay quien dirá que bastante denso es el día a día como para que, cuando por fin uno puede tirarse de cabeza al agua y hacerse unos reparadores largos, le espere en la cima de la escalerilla un sesudo ensayo para recordarle que la vida no es tan refrescante, amigo, no esté usted tan contento. Que no cunda el pánico: somos conscientes. Por eso, hemos traído a esta lista un libro tan ligero y breve como estimulante. La alemana Andrea Köhler nos habla de algo muy natural en el ser humano, la espera, que nos acompaña desde que existimos: nos pasamos nada menos que nueve meses aguardando el parto. Y, a partir de ahí, esperamos casi todo: a llegar al baño, para controlar nuestros esfínteres; a la noche, para dormir; a que nos llame el dentista, a la persona con quien nos hemos citado, a que nos toque la lotería… Fines que pueden terminar llegando… o no. Es lo que tiene ser mortales. Nuestro tiempo es limitado. Por eso, cada espera tiene algo de drama; por eso, tienen tanto valor (más, cuanto mejores sean sus metas) y en ese contexto nace la impaciencia. Todas estas breves reflexiones las intercala Köhler con bellísimos intermezzos que ayudan a asentar lo que nos ha contado antes: “toda gran partida tiene una promesa de triunfo: solo por marchar se nos atribuirá nuestro verdadero valor (como al hijo pródigo). Es parte del viaje que alguien nos espere y dé fe de nuestra ausencia”. Con un epílogo de Gregorio Luri, en la edición de Libros del Asteroide, tan inquietante como sugerente, la autora nos hace una pregunta muy oportuna para que nos la respondamos bien repantigados en la tumbona: ¿qué rodea a nuestro tiempo regalado: la ansiedad, la melancolía o la esperanza?
Los extraños de Vicente Valero
“Así, en aquellos recuerdos que aquel otro niño que era yo entonces recibía con los ojos bien abiertos y máxima predisposición para el asombro, un abuelo desconocido pero inevitablemente cómico parecía despertar por fin de su letargo”. El ibicenco Vicente Valero no conoció al teniente Marí Juan, su abuelo Pedro, porque murió cuando tenía veintiocho años, tras haber enfermado en el Sáhara español. Sin fotos con que recordarle, tan solo con la memoria de su abuela y sus tías como testigos, inicia una exhaustiva investigación para reconstruir, hasta donde pueda, cada uno de sus pasos. Viaja a El Aaiún, donde sirvió el teniente Marí en la entonces novedosa Aviación Española, en busca de más datos y recuerdos que le quiten a su abuelo el calificativo de extraño. Lo mismo sucede con su tío Alberto, que se marchó a Argentina para convertirse en jugador profesional de ajedrez y regresó al cabo de varias décadas, buscando el afecto de las únicas personas a las que podía querer, su familia. También aparece su tío abuelo Carlos, un alma libre, enamorada del espectáculo, que, odioso de sus paisanos, recorre el mundo para deleitar con su talento para el baile y el cante (“en una isla como ésta, decía, un verdadero artista, un hombre o una mujer con sensibilidad, si no se marchaba a tiempo, era destruido para siempre, abocado al suicidio o a la amargura perpetua”). El último pariente misterioso sobre el que escribe Valero es su tío Ramón, el comandante Chico, “el hermano, el marido y el tío admirado, alguien en quien se podía confiar”, un militar de la Segunda República completamente atípico. Valero vaga por los “túneles oscuros” de la memoria de sus familiares y en los archivos para rescatar, no sabemos si por justicia o por mera curiosidad, a estos antepasados de los que se habla siempre en las reuniones pero que él desconoce y casi no sabe ni ponerles cara. Eso sí, cuidado. Con este enfoque original y esa prosa sencilla, casi juanramoniana, que cultiva, el autor consigue embaucarnos hasta el punto de que se nos pasa el tiempo sin darnos cuenta y mutamos, a través de los rayos del sol reflejados en el azul piscina, en un simpático y rojísimo cangrejo.
A sangre y fuego de Manuel Chaves Nogales
Una hipotética encuesta sobre el género literario preferido del verano daría la victoria abrumadora a los amantes de las novelas de aventuras en alguna de sus variantes, pensamos. Puede tener sentido. A semejantes cantidades de agua conviene tenerles siempre un puntito de respeto (no digamos ya al mar). Puede haber severos Neptunos escondidos en los más profundos azulejos esperando una ahogadilla mal dada. Pero, hablando, en serio, hay que rendirse a la evidencia. Son muchos los que están deseando que abran la piscina para contrastar los ratos apacibles que pasan en ella con las emociones fuertes de una búsqueda del tesoro, un triángulo amoroso o una tragedia. Para ellos, les recomendamos los relatos sobre la (esperemos) última guerra civil española con los que Chaves Nogales quizá no pretendió narrar sucesos épicos, sino, simplemente, emocionantes historias. Lejos de nosotros acusar de frívolo al maestro, pero a lo mejor, sí le vemos como esos que ahora llaman “equidistantes”. Desde este punto de partida, sólo queda zambullirse en cada episodio, elegir qué personaje queremos ser y vivir asedios, batallas, quemas de archivos, iglesias y conventos, asaltos, enfrentamientos entre amigos, vecinos, padres e hijos, siniestros paseos; todo ello, con las emociones a flor de piel, gracias a la soberbia prosa del sevillano. Nosotros nos quedamos con el tétrico recorrido que hacen por el Madrid rojo un par de milicianos persiguiendo (“al fondo, una lucecita”) a espías en morse del bando nacional hasta llegar casi al puerto de Navacerrada, muertos de sueño y cegados por la adrenalina que provoca, en fin, la guerra.
Fuego y agua de Sohrab Ahmari
El salto de trampolín. Bello, hipnótico y peligroso deporte. Ya falta menos para poder disfrutar de esta disciplina olímpica en los Juegos de Tokio (acaso los más tristes desde la Grecia arcaica) con la respiración contenida desde el momento en que el competidor, un pobre hombre, se asoma al vacío desde los diez metros que le separan del agua con un traje de baño enano como única defensa de su integridad física. Algo parecido debió experimentar, creemos, Sohrab Ahmari cuando, el 2 de diciembre de 2016, a falta de dos semanas para su bautismo, comenzaron a llegarle bromitas sobre los conversos y sus ingenuos cambios de vida. Así de claro lo cuenta en su primer libro, “Fuego y agua” (2019), editado en español por Rialp y traducido por la brillante Aurora Rice. Desde la gran altura de su origen iraní y musulmán, que crece todavía más con su paso por el marxismo, primero, y el liberalismo, después, a los 31 años, Ahmari se lanzó desde el impresionante trampolín del ateísmo militante e implacable a la piscina más honda que puede haber, el creer sin haber visto de la fe católica. Un viaje homérico por los sinsabores de un alma muy inteligente que, oh paradoja, está siempre insatisfecha porque ni el Corán, ni Nietzsche, ni Marx, ni Lutero pueden colmarla. Pero va encontrándose con imanes desagradables, compañeros de trabajo que no mienten, con Benedicto XVI, con la liturgia católica, con una serie de personas y hechos que le remueven, y llega al culmen del malestar cuando afirma “no tengo la suerte de tener fe” y se pregunta continuamente “¿cuándo vas a cambiar?”. Esta fiera persa, que hoy es azote del liberalismo y ferviente defensor de la Iglesia y la Tradición, no dejará en absoluto indiferente a quien se asome a su recorrido personal, de marcado carácter filosófico y espiritual, hasta Roma. Les dejamos sólo una pista más: en algún momento del libro señala claramente que la lectura salvó su alma. De modo que, ojo con el placer de leer por leer.