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Uno. Agradezco muchísimo a los que, en sus recuentos de libros del 22, se han acordado de mi Verbigracia (que todavía no está en la librería de El Corte Inglés, en cambio). Hay una paradoja graciosa, que en el caso de Jesús Beades, que ha escogido un poema para acompañar su recuerdo, se ve más clara. Al ser una poesía completa, se recordaba, como poema de 2022, títulos mucho más antiguos. El que escoge Beades es de 1997, como mínimo. O sea, que en sus mejores libros de poemas del año se ha colado un poema de hace 25 años. Es un signo humilde y precioso de la atemporalidad de la poesía.
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Dos. Hay también una broma privada en la selección de ese poema. En el libro está dedicado a… Jesús Beades. Con un loable pudor, lo ha quitado. Pero la broma sigue: no ha puesto este poema por la dedicatoria. Es al revés: se lo he dedicado porque, como cuenta, siempre le gustó mucho.
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Y a la de tres. Al escoger un poema en que yo me proponía un modelo de vida con 25 años (sin contamos edad de escritura y no de publicación), gracias a que lo ha señalado, he podido comprobar hasta qué punto me he mantenido fiel al joven que era. Veo que no voy mal, al menos en lo que se refiere a la resistencia de materiales. Encajo en mi boceto, y todavía me queda media vida (pecando de notorio optimismo, como diría d’Ors) para limar las aristas. Me vale de propósito para el 2023. Pongo el plano: