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Nel mezzo del camin de nostra vita, procedo a contar el día de mi cumpleaños, que es mi manera de invitaros a la fiesta y de dar las gracias por tanta felicitación y por el mejor regalo del mundo a un escritor: que me leaís. Mil gracias por eso. (En verdad, lo del mejor regalo de la lectura es un andalucismo, que diría nuestro don José Jiménez Lozano, porque el mejor regalo del mundo es que un sacerdote ponga en primera línea de su misa sus oraciones. Ya lo he recibido. Y también mi hermana María, que iba a misa de buena mañana me llevaba en el propósito.)
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Pongo una foto de un antiguo cumpleaños. Qué contraste. Seguro que ese día me sentía muy viejo y que joven era, en realidad; sobre todo los niños.
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Ha sido bajar y ver que Leonor estaba preparando la comida para hoy, que vienen mi suegra, mi padre y mis hermanos. Me ha hecho gracia como me explicaba el menú: el postre lleva tinto, el aperitivo lleva jerez, el plato principal lleva brandy. Y me enseñaba las respectivas botellas. Hip, hip, hurra.
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Anoche no escribí el artículo de mañana como me gusta. Así que me tengo que poner ahora. Su escritura no interrumpirá la fiesta, pero me tengo que ausentar un momento.
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Las musas me han hecho otro regalo de cumpleaños y ya he acabado el artículo.
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A los espíritus generosos que me honran en sus felicitaciones con el sacro nombre de «maestro» les recito el poema maravilloso de Wagner. Seré algo repetitivo pero la insistencia es una de las características indispensables del maetro. Y ojalá serlo en como en estos versos:
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Leonor me enseña la quemadura en el mantel que hice el día de la foto con el rollo (el rito, corrijo yo) de las velas. Es verdad. Estrenábamos el mantel y aquella quemadura amargó un poco el día del cumpleaños. Desde entonces, hemos celebrado el rito de la tarta, castigados, en la cocina. Hoy, a ver.
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Un poco distraido contestando felicitaciones en la red como McEnroe (toque boomer, que es mi cumple). Me escribe Inma: «Ayer un amigo común me dijo: «¡q suerte tiene E,vive donde le gusta,tiene una mujer encantadora y escribe como los ángeles!» Así que,así,por otros 55 más,¡felicidades!». De volea, contesto: «¡Y es verdad!» Pero ahora caigo en que, obnubilado por el justo piropo a mi mujer y a mi pueblo, he asumido lo de mi escritura, que es más discutible. En cualquier caso, me encomiendo al ángel de mi guarda cada vez que escribo, de manera que, al menos, podemos decir literalmente que «escribo con los ángeles».
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Salgo a comprar coca-colas cero para que a mi suegra no le falte de nada en el almuerzo. Me encuentro con una vecina nueva. Le informo de que es mi cumpleaños. Me felicita y añade que ayer cumplió su hijo, así que somos ambos capricornios puros. Comento que creo poco en el horóscopo pero que, sin embargo, cumplo todos los requistos de los capricornios de una forma asombrosa. Su hijo igual y enumera: «Es ordenado, meticuloso, una hormiguita…» Bueno, quizá no cumpla yo con el perfil tipo de capricornio, le reconozco, cabizbajo o cuernibajo.
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Paso por delante de casa de mi padre. Cuando él tenía 55, yo tenía 30 y eso hace que me entre una extraña melancolía. La primera de la jornada.
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Jesús Beades me regala una décima estupenda. El regalo de la bendición. Que la alegría salpique es una imagen feliz. Que mi vida signifique lo que parece una exigencia necesaria. Y dos detalles, que el hombre brinde con ron es bonito porque la amistad no implica la coincidencia absoluta. Luego, otra divergencia: Jesús cuenta cuatro sílabas en «po-e-sí-a» y yo tres: «poe-sí-a»; pero le cuelo una «y» cuando yo lo recite y arreglado. No es colar tanto, cuando Beades cuela de rondón, entre las tres virtudes teologales a la poesía. Luego, el ron, como se lo bebe él, me parece de perlas. Levanto la copa de fino por Beades:
Bendito seas, mi Enrique,
no cinco, cincuenta veces.
Que lo disfrutes con creces
y tu gozo nos salpique.
Que tu vida signifique
lo que parece por fuera:
amor y fe verdadera,
y poesía y corazón.
¡Alzo mi copa de ron
por estar siempre a tu vera!
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No sabía que teníamos en España, en Alcalá de Henares, esta bellísima escultura de mi venerada Catalina de Aragón. Lo acepto como otro regalo de cumpleaños:
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Miro la mesa que me han puesto y veo al fondo al canario. Da pena que el hombre nos vea comer mientras sigue con su alpiste consuetudinario. Voy a buscarle una lechuga, la menos, que es el festín del vegano.
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Felizmente, la quemadura del mantal, no se ve, pero mirad cómo mira el canario a la mesa.
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Un momento de duda, zanjado por mi hermano Nicolás: «Nunca hay copa de más, sino siesta de menos».
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Encender la vela a cuatro manos ya ha sido una fiesta:
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Viendo la belleza de la llamas, me recito a Borges: «Mis padres me engendraron para el juego/ arriesgado y hermoso de la vida:/ para la tierra, el aire, el agua, el fuego…». Encended muchas velas en vuestros cumpleaños, cuantas más y cuantos más mejor y no caigais en el pre-nihilismo de los numeritos cursis.
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La tarta era demasiado sólida, pero como tenía que aguantar toda esa candelería he entendido que su consistencia de hormigón se debía al cálculo de estructuras y no he dicho ni mu. Me he tomado mi parte.
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Siesta.
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Té.
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Enviar artículo a Joly.
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Ahora toca paseo. Se me ocurre un haiku feliz:
En el paseo
me hablas de lo mismo
y yo, lo mismo.
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Misa.
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Cena [aunque habíamos dicho que no cenaríamos]
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Leo media hora a Nicolae Steinhardt.
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Corrección de Ejecutoria.
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Infusión
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Borrador de artículo para El Debate [que no me salió].
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Despedida y cierre. Examen de conciencia. Nota: 9,75. [A ver si sólo voy a ser un profesor fácil con mis alumnos].